En primer plano Carlos Almenar Rojas y Plácido Ríos. Procesión de 1945. Foto archivo de Prof Mlagro Almenar
Por Oscat Carrasquel
No podemos pedir que vuelvan las Semana Santa que ya pasaron, pero seriamos injustos si no evocamos los momentos de nuestra juventud como el que empata un sueño de nostalgia. Nos fascina reencontrarnos con ese pasado, con ese incendio de recuerdos por dentro. Escribirlo para recordárselo a la generación de hoy, algo de lo que fuimos los villacuranos del ayer. Escriben los cronistas que la procesión del Sepulcro de Villa de Cura es la segunda expresión de fe más numerosa de Venezuela a nivel de asistencia, después de la Divina Pastora en la parroquia Santa Rosa, estado Lara. No son pocas las promesas y milagros de personas venidas de todos los rincones del país que le rinden homenaje al Santo Sepulcro de Villa de Cura en Semana Santa.
Comenzando nos deslumbra cuando aquella cadena humana levantan la sagrada imagen, el Himno Nacional y Popule Meus de José Ángel Lamas lo interpretaba la banda Juan de Landaeta, poblando de música sacra todos los rincones de aquel antiguo caserón. Atrás el mocho Manuel Eduviges dándole golpes al redoblante. Comenzamos el recorrido por nuestra calle Real, el día más importante de la Semana Mayor, tropezando codo a codo con aquella multitud de feligreses que avanzan; personas con una vela en alto alumbrando al Santo Sepulcro, y la presencia de las imágenes de San Juan Evangelista y La Virgen de la Dolorosa que le siguen. El desfile era encabezado solemnemente por el cura rector doctor César Lucio Castellanos con sus oraciones, y de otros colaboradores de la iglesia como las Lourdistas y Catequistas... Y uno siempre, dando o esperando el acostumbrado apretón de mano de amigos que teníamos tiempo sin ver. . El recorrido lo hacíamos hasta el último tramo de la calle Carabaño hasta llegar a la Iglesia parroquial con cánticos y rogatorias.
La plaza El Águila diagonal a la esquina de la ARC sombreada por una alameda de árboles de samán, al costado izquierdo de la Iglesia. Esta plazoleta era antes un atractivo turístico y lugar donde descansaban los fieles luego de cumplidos sus deberes religiosos. Hace pocos años había una copa sostenida por un águila esculpida en bronce que contenía tierra de la Quinta San Pedro Alejandrino en Santa Marta de Magdalena Colombia, donde murió El Libertador. Y del lado derecho de la Iglesia una fuente también denominada El Águila, vaciada en mármol de Carrara de la región de Toscana, Italia,, con cuatro rostros de ancianos barbados con sus respectivos chorros de agua por la boca, y en la parte de arriba un inmensa Águila devorando una víbora.
Se hacía el recorrido por baranda de la plaza Miranda, con sus avenidas cruzadas por callejuelas, y faroles iluminando en sus columnas, tropezando con las frutillas de cedro que caían reventadas en el piso; escuchando música religiosa de unos parlantes instalados en La Gruta. Curioseando los jardines de grama verde y rosas encarnadas de la plaza Miranda con un aviso cada dos metros donde se leía "prohibido pisar la grama"... Y, cuando comenzaba a caer la noche, poníamos la mirada sobre cuatro fuentes con sus chorros abiertos de inagotable rocío, una en cada esquina de la plaza.
En la mañana del Viernes Santo, veíamos a los infantes frente a la Iglesia subiéndose sobre un caballito de fibra, con un sombrero de charro, para que lo retratara al minuto el fotógrafo de cajón y trípode. Y entre otros personajes llama la atención un hombre alegre y campechano que nos pasaba de prisa por un lado. Su desempeño es el martilleo de una matraca que te dejaba los oídos aturdidos.
Se hacía el recorrido por baranda de la plaza Miranda, con sus avenidas cruzadas por callejuelas, y faroles iluminando en sus columnas, tropezando con las frutillas de cedro que caían reventadas en el piso; escuchando música religiosa de unos parlantes instalados en La Gruta. Curioseando los jardines de grama verde y rosas encarnadas de la plaza Miranda con un aviso cada dos metros donde se leía "prohibido pisar la grama"... Y, cuando comenzaba a caer la noche, poníamos la mirada sobre cuatro fuentes con sus chorros abiertos de inagotable rocío, una en cada esquina de la plaza.
En la mañana del Viernes Santo, veíamos a los infantes frente a la Iglesia subiéndose sobre un caballito de fibra, con un sombrero de charro, para que lo retratara al minuto el fotógrafo de cajón y trípode. Y entre otros personajes llama la atención un hombre alegre y campechano que nos pasaba de prisa por un lado. Su desempeño es el martilleo de una matraca que te dejaba los oídos aturdidos.
El recordado Ramoncito Trujillo cuando llegaba la noche, inflaba unos globos de colores y los lanzaba al oscuro del cielo con una fogata en el centro que ponía las nubes rojizas, para deleite de los observadores. A los niños le hacía ver que iban a caer a la mar.. Ramoncito era también el encargado de lanzar los cohetes de varilla después de la celebración de la santa misa.
Nos sentábamos viejos, nuevos y niños en las gradas de la Gruta de Nuestra Señora de Lourdes, a desmenuzar la piel de un gajo de lairenes y saborear níspero, y abriendo frutillas de palopán con las uñas. Nos fascinaba probar la variedad de dulces de unos azafates en la acera, por obra y gracia de unas dulceras que venían del vecino pueblo de Turmero, y otras artesanas provenientes de diversas sectores de nuestro pueblo.
A uno le viene el recuerdo de una ciudad apacible de mediados del siglo xx, sin miedos, sin el riesgo de un evento desagradable . Qué a las 6 de la tarde ninguno tenía que decir a su familia, mientras miraba el reloj en su muñeca, o fijando la vista en el reloj de la Catedral, ¡Son las seis de tarde, vámonos que es demasiado tarde!. !No!. La gente empezaba a desocupar la plaza Miranda bien pasada la media noche.
La presencia de cuatro agentes provistos de máuser sentados en la prevención de la Comandancia de policía frente a la plaza Miranda, era solo un acto simbólico que tiene como fin redimir la condena de una persona detenida, el cual al pasar la imagen por el frente de la comandancia, le propinan un planazo, en tanto que el preso sale en carrera tras del Santo Sepulcro como señal de perdón; entonces la multitud pega un solo grito quebrando el silencio de la noche.
Nos sentábamos viejos, nuevos y niños en las gradas de la Gruta de Nuestra Señora de Lourdes, a desmenuzar la piel de un gajo de lairenes y saborear níspero, y abriendo frutillas de palopán con las uñas. Nos fascinaba probar la variedad de dulces de unos azafates en la acera, por obra y gracia de unas dulceras que venían del vecino pueblo de Turmero, y otras artesanas provenientes de diversas sectores de nuestro pueblo.
A uno le viene el recuerdo de una ciudad apacible de mediados del siglo xx, sin miedos, sin el riesgo de un evento desagradable . Qué a las 6 de la tarde ninguno tenía que decir a su familia, mientras miraba el reloj en su muñeca, o fijando la vista en el reloj de la Catedral, ¡Son las seis de tarde, vámonos que es demasiado tarde!. !No!. La gente empezaba a desocupar la plaza Miranda bien pasada la media noche.
La presencia de cuatro agentes provistos de máuser sentados en la prevención de la Comandancia de policía frente a la plaza Miranda, era solo un acto simbólico que tiene como fin redimir la condena de una persona detenida, el cual al pasar la imagen por el frente de la comandancia, le propinan un planazo, en tanto que el preso sale en carrera tras del Santo Sepulcro como señal de perdón; entonces la multitud pega un solo grito quebrando el silencio de la noche.
El respeto al ornato publico, a las personas mayores y a la autoridad era sagrado, existía la unión, la comprensión, el compañerismo. No daba pena llevar colgado del bolsillo de la blanca camisa el pendón alusivo al Santo Sepulcro junto con el crucifijo de madera. Cualquiera modesto ciudadano concurría con su núcleo familiar a la procesión. Extranjeros y nativos fundían su amor y devoción por la misma tierra, sus costumbres y tradiciones.
La única mujer entre los cargadores del Santo Sepulcro fue la señora Nidia Ramona García de Gabazú, quien pagó promesa una cantidad de años. La promesa adopta diversas formas, algunos regalaban un cajón lleno de velas repartido entre los fieles.Y entre los palmeros destacó la figura de don Ángel Antonio Delgado, símbolo de la vieja Villa, quien subía a las montañas de Virgen Pura a buscar las palmas para que fueran bendecidas en la misa el Domingo de Ramos..
Me acuerdo que un escuadrón de aviones Vampiros de nuestra antigua y recordada FAV sobrevolaba como un soplido la calle Bolívar haciendo una venia de respeto al Santo Sepulcro. Cuando eran las dos y media de la tarde después que el Santo entraba al recinto de la Iglesia, cada uno retornaba a su vivienda para recibir la visita de familiares y amigos ... Entonces era posible la reunión en cada hogar para degustar la comida típica de la Semana Mayor, saborear un pisillo de:chigüire o bagre rayado desmechado, frijoles y hallaquitas envueltas en hojas de maíz, y disfrutar lo bueno de un plato de arroz con coco, dulce de cirhuela huesito y plátano en almíbar y una bebida refrescante..
En Villa de Cura, algunas personas esperaban con ansias las vacaciones de Semana Santa para romper el la alcancía en la taquilla del Banco, prendía el carro o camioneta y se iba toda la familia de viaje a la playa, o al llano. Sin olvidar las deberes eclesiásticos. Para nada importaba que fueras rico o pobre. Un trabajador o un empresario..
Es pertinente recordar que el cine El Corralón y el Ayacucho proyectaban solamente películas con temática a la Vida y Pasión de Nuestro Señor Jesucristo; y Radiodifusora La Villa 1170, la única emisora trasmitía todo el día música sagrada,como una muestra de reverencia y de recogimiento.
Imposible de olvidar la quema de Judas que era una tradición de mucha expectativa el Domingo de Resurrección, simbolizando al Judas Iscariote.. Un comité elegía a un personaje que representará a Judas. El monigote se incineraba en varios sectores de la población, lo cual se convierte en una festividad de sentimiento colectivo. Esta costumbre lo explicamos en detalle en una columna aparte.
Nuestra pueblo es punto de reencuentro en la Semanas Mayor, aquí nos volvemos a ver la cara los villacuranos diseminados por toda la geografía venezolana..Y uno lo dice también porque La Villa ha sido un espacio de preferencia para gente venida de otras latitudes, con el espíritu lleno de fe y optimismo, a pagar sus promesas año tras año. La Villa acogedora y hospitalaria con sus pensiones y hospedajes y su típica y excelente comida. Villa de Cura sigue siendo un pueblo bello para vivir y querer. Ningún villacurano buscaba irse, nadie se sentía forastero, jamás pensamos en ser inmigrantes. Por eso nos duele y nos oprime el alma los hijos que hoy se vieron en la necesidad de irse a otras naciones a buscar dirección a su vida. Al mismo tiempo que recordamos a los seres queridos que ya no están, al amigo o un familiar cercano que se durmieron en la paz del Señor, trayendo pena y desolación a la familia.Y entonces las plegarias se vuelven llanto.
De pronto también nos envuelve la tristeza porque todos los años por este tiempo veíamos aparecer por una esquina de nuestra plaza Miranda, a compañeros inseparables de la juventud a quienes recordamos con cariño, aquellos de la aula escolar, otros de cotidiana tertulia en un banco de la plaza, del juego de pelota en la sabana y de paseos a los ríos. No pongo sus nombres porque la lista es larga. Ya la mayoría de ellos, sencillamente se les apagó la vida como una vela soplada por la brisa..
En este largo periplo no quiero dejar de resaltar los paseos a las pozas de los ríos cuyas aguas discurrían frescas, limpias y abundantes,. en cuyos balnearios pasábamos todo un santo día y ensayábamos la pesca de sardinatas y corronchos; antes que los cauces se convirtieran en un hilo verdoso de charcos nauseabundos. Los muchachos merendamos con mango, ciruela de huesito, cotoperíz y otras frutas silvestres.
Nada más grato que evocar la frescura de las pozas surcados por frondosos árboles de donde nos lanzábamos al vacío, mecidos con un bejuco, lección aprendida de los compañeros de mayor edad que nos acompañaban, entre estos. El Carmen, Pozo Azul, El Caracol, el puente de Santa Rosa, el caño de Guayabal, La Planta, el Salto de Píritu, el Deleite, la Quebrada de Píritu. La piedra de la Ceniza era una cascada donde nos bañábamos el cuerpo y el alma..
Nada más grato que evocar la frescura de las pozas surcados por frondosos árboles de donde nos lanzábamos al vacío, mecidos con un bejuco, lección aprendida de los compañeros de mayor edad que nos acompañaban, entre estos. El Carmen, Pozo Azul, El Caracol, el puente de Santa Rosa, el caño de Guayabal, La Planta, el Salto de Píritu, el Deleite, la Quebrada de Píritu. La piedra de la Ceniza era una cascada donde nos bañábamos el cuerpo y el alma..
Todo ese periplo lo completaríamos siguiendo el camino de la Iglesia San Luís Rey para recibir la bendición del Espíritu Santo, y escuchar los cánticos de un coro de ángeles que cantaban la misa; de un grupo de jóvenes religiosas llamadas "Las Hijas de María"...
Y el Sábado de Gloria visitar la Casa del Santo Sepulcro, la casona de la época colonial llena de leyendas. De cierto, la Casa del Santo Sepulcro no es la misma. Uno no encuentra que responder cuando alguien de fuera le pregunta, el porqué le fue mutilado un pedazo a este caserón de interés histórico y patrimonial. Estamos preocupados. Parece normal la existencia de grupos que no dejan entrar a otros hermanos a este recinto. Insistimos que.la Casa del Santo Sepulcro simbólicamente es de todos los que Dios les dio vida.. Dios es uno solo, un Dios de amor y de paz.
Y después de todo este gran desfile cumplidor de tradición hacer algo diferente.. Cuando uno enrumba los pasos por la calle Real, al doblar la siguiente cuadra a la izquierda probaba detenerse en una casa vestida de colores, a mitad de la cuadra, a reunirnos en la R Q Galería cuyo rector es el maestro Rolando Quero, para seguir preguntándonos ¿Cómo pudo haber hecho este artista para construir todo ese mundo de colores?..
Da un poco de tristeza inevitable en el alma porque ello inspira nostalgia, pero al mismo tiempo se alegra el espíritu recordando estas menudencias trascendentales de nuestra juventud que la memoria conserva intacta, así tengamos cien años o más, por encontrarnos involucrados en ellas.
Oscar Carrasquel. La Villa de San Luis, abril 2018. Corregido y actualizado en 2023
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