viernes, 3 de junio de 2022

PRISCILA BOLÍVAR DE IZZO EDUCADORA CON MÁS DE TREINTA AÑOS DE SERVICIO AL MAGISTERIO

 

                Priscila Bolívar de Izzo, foto álbum             
     
                                                                                                      Por Oscar Carrasquel



Para conocer y hablar de la condición humana de Priscila Bolívar de Izzo  y  de su carrera como educadora  es  preciso  abrirse y desgajar el alma hasta  más allá del infinito. La conocemos  de trato desde que  yo era un niño, la vi crecer en ideas y mentalidad, conozco su estatura humana y supe de sus vínculos con la educación. Habitualmente en un centro unitario en su casa de familia, y después al servicio de Instituciones educativas públicas. 
Priscila de Izzo, es actualmente maestra jubilada disfrutando de la tranquilidad del hogar, bien merecido ya que entregó algo más de treinta años de  su fructífera vida al ejercicio de la educación en Villa de Cura. Todo este tiempo (1947-1978) en las aulas de cuatro paredes de la escuela “Arístides Rojas”. Ella viene de una familia de educadores: Su hermana Tulia Isabel, también abrazó la carrera desde muy joven  y Josefina, su hermana más chica, se inició en el trabajo docente y hubo de retirarse después de casada .Y el único varón, Aníbal José, se gradúa de clérigo en el “Instituto Diocesano Mayor de Caracas”; ejerció el sacerdocio y luego de renunciar a su vocación sacerdotal siguió cumpliendo misiones vinculadas con la iglesia católica y con Dios. De allí salió  bien preparado. Le tocó cumplir misión en varios países de América del Norte y Europa, era multilingüe, nos enteramos después que dominaba nueve idiomas. Desarrolló además una importante labor pedagógica religiosa. 
Priscila Bolívar, alta ,robusta, morena de piel, nació  el 16 de enero de 1923,  en la Villa de San Luis de Cura.  Casó con Francisco Izzo Maure, de descendencia italiana, conocido en todo lugar como “Musiù Izzo”.  Trabajar la tierra era  la rutina de su marido, el hombre sembraba una parcela en el hermoso valle de Tucutunemo, cuando estas tierras eran un emporio en la producción de rubros agrícolas y de la ganadería. De esta feliz unión nacieron José Francisco, José Aníbal y Thaimi Rafaela Izzo Bolívar. No se detuvo aquí  este interminable recorrido, todo lo contrario, el camino se  hizo más ancho, multiplicándose en nietos y biznietos..
Fue su padre don Aníbal Bolívar, oriundo de Valencia, un hombre alto de sombrero, de poco hablar y de noble trato; acá en La Villa ancló para quedarse el resto de su vida. De profesión herrero, conocedor del arte de fabricar hierros para marcar ganado y restaurador de herraduras de caballos, fabricaba empuñadura para armadura.
La experiencia la trajo de Río Negro y sus alrededores, donde se hace experto de alistar caballos para  el combate en el cuerpo de caballería del Coronel barloventeño Tomás Funes, toda una leyenda en el Territorio Amazonas en las primeras décadas del siglo xx. En aquel entorno de hostilidades y refriegas había que poseer arrojo y tener presente la delicada advertencia de Funes, que “Sin una buena herradura no había caballos para la guerra”.
Instalado en Villa de Cura, el maestro Aníbal Bolívar se dedicó  a lo que sabía hacer,  al trabajo de herrería, instaló su propio  taller en la calle Sucre.  A un niño de mi edad en aquel tiempo le resultaba curioso ver a aquel hombre soportando calor frente a una fragua de fundición, golpeando un yunque. Claro, debía de entregarse a esa jornada para garantizar el sustento familiar y el estudio de sus muchachos.
La madre de la maestra Priscila fue  doña Elvira  Antonia  Rodríguez de Bolívar, nativa de San Juan de los Morros, generosa como pocas, de quien no podemos olvidar su sonrisa de cariño. Parecía una monja. Católicos fervientes  y sembradores de valores.. Un hogar con el Corazón de Jesús y  Virgen de Lourdes  como estandartes.
Allí nos enseñaron que debíamos amar a Dios por sobre todas las cosas, como primer mandamiento. La devota familia acudía a oír misa todos los domingos y días de festividad religiosa ..Aquella trilogía de jóvenes maestras para la educación y para la vida, en la gestión del gobierno del maestro Rómulo Gallegos logró con voluntad y sacrificio poner a marchar una “Escuela Unitaria” de su pertenencia. Utilizaban técnicas educativas tradicionales,  empezó a funcionar en su modesta casa de habitación ubicada en la calle Urdaneta, entre Miranda y Sucre. Y allí comenzaron  la titànica labor de enseñar. Pasado el tiempo Tula y Priscila lograron obtener sus títulos de Maestras Normalistas,  en aquellos antiguos cursos de "Mejoramiento Profesional del Magisterio" en la ciudad de Caracas.
Aquella fue nuestra primera escuela  y funcionó en la misma cuadra y acera donde vivíamos.. En  una habitación  confortable  donde comenzaron a enseñarnos a un grupo de niños y niñas de diferentes edades y niveles las primeras letras. Era una de las pocas que existían en La Villa. Tendría yo algo más de siete años cuando me inicié.
De allí pasamos directamente con suficiente preparación a estudiar tercer grado en la escuela nacional “Arístides Rojas”. En esta casa de estudio nos dio el visto bueno sin presentar exámen de admisión su director, el siempre recordado bachiller, exquisito violinista y tribuno  don Víctor Ángel Hernández. Hoy la maestra Priscila ya supera la barrera de los 93  años de edad.  Camina lento.. El tiempo le arrugó la piel pero no la memoria. Observamos que conserva una lucidez sorprendente, pese a que ya debe apoyarse en un bastón para no perder el equilibrio. Está pendiente y recuerda con nitidez a todos los seres que la rodearon, del tiempo cuando los  apellidos de la vecindad se pronunciaban: Infante, Linero, Matute, Pineda, Barrueta, López, González,  Paredes, Almeida, Carrasquel, Sarramera, Hernández, Mendía, Martínez, Garrido y Arteaga-Montenegro, entre otros. 
Maestra de generaciones enteras de villacuranos. Cuántos de ellos después fueron graduados en universidades de prestigio en Venezuela.. Fueron los mismos que desfilaron por aquellas mesones de madera en hileras, y el salón de clase oloroso  a brotes de  lápiz Mongol y a tiza de pizarrón, y el resonar de aquellas voces infantiles que tronaba en los oídos. 
¿Quién no evoca a su primera aula de clases? ¡Quién no recuerda su primera escuela? Quién no retiene el nombre de su primera maestra?. La que nos enseño las letras del abecedario.. A juntar aquella cantidad de signos para formar silabas y oraciones. La primera que vio  el dibujo sin buen cálculo que hicimos del Escudo y  el Pabellón Nacional.  La que muchas veces nos llamó la atención y nos reprendió. La que nos enseñó a  venerar  el legitimo  cuadro de El Libertador. La que le oíamos en silencio aquellos “dictados” salidos de sus labios ingenuos. La que nos inculcó que deberíamos ser honestos y responsables, y la que nos hizo ver  que las letras  eran para siempre..Uno no sentía que ella era la maestra sino nuestra madre.
La maestra Priscila fue una persona dinámica muy activista en la defensa de los derechos de los educadores, y sobre la marcha de su acción docente arrimó el hombro para impulsar la fundación en Villa de Cura de la Federación Venezolana de Maestros. Y, luego  de retirada  dedicó sus esfuerzos junto a  Lourdes Cáceres, Ligia Montenegro, Cira Esaà y un grupo de maestros y maestras que hoy siguieron su legado, a la creación de la  “Asociación de Maestros Jubilados y Pensionados” (hoy en La Villa AMEJUP). En diversidad de ciudades y pueblos del estado Guárico y Aragua y hasta a Caracas fue a parar en sus luchas gremialistas.
Para corresponder a sus sentimientos  hubiésemos querido en su momento secar las lágrimas cuando sintió la punzada en el corazón de perder  a  Don Aníbal, su padre,  a Doña Elvira Antonia, su madre, a Tulia Isabel, la hermana que le seguía,  así como el luminoso recuerdo de la muerte de su hermano Aníbal José, como fue también la despedida para siempre de José Aníbal, uno de sus hijos. 
La poesía es bella y siempre hemos percibido que toda mujer la lleva muy adentro. Pues  hoy, la maestra Priscila  ha expresado ese sentir y nos ha demostrado que posee la inspiración para escribir canciones y poesía, y hasta un acróstico con el título de “Oscar”, como un puñado de delicadas florecitas ha puesto hoy  sobre mi pechera.
Muchas veces, según me cuenta su hija Thaimi, en la quietud de las tardes veraniegas  o en noches de retozos de luceros, cuando la brisa  sopla por por las alturas del noreste,  sus hijos, nietos y biznietos la escuchan  en un rincón de la casa, vocalizando  un manojo de  versos o susurrando viejas canciones. 
Son numerosos los reconocimientos y condecoraciones recibidos durante su ejercicio profesional: entre los que se pueden contar: Condecoración 27 de junio, otorgada por la presidencia de la República de Venezuela;  Orden Hilda López Graff,;Orden 60 Aniversario de la escuela Arístides Rojas; Orden al Mérito San Luis Rey; Orden Luis Beltrán Prieto Figueroa, Orden Ciudad de Villa de Cura,  entre otras más.
Son más de nueve décadas de recorrido en la vida, 93 años  que cumple recordando la brisa mañanera , de bendiciones, para aquellos que se fueron al más allá, para los  hijos, nietos y biznietos que quedan disfrutando de su presencia. Bendígalos a todos Maestra,  a todos  los  que fuimos sus discípulos ayer. Que  su  bendición es la más grande satisfacción para agradecerle tantas enseñanzas en este trajinado mundo.. Usted fue la  maestra que les puso a estos viejos caminantes las primeras luces en este difícil camino.  Nada nos  satisface más que felicitarle hoy cuando se celebra en toda Venezuela el Día del Maestro.. Que Dios la cuide siempre maestra Priscila.


 Oscar Carrasquel.  La Villa de San Luís, 15 de enero 2018

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