Don Félix Lisandro Hernández Castillo. Foto María Teresa Fuenmayor
Oscar Carrasquel
Ya su maciza corpulencia acusa,
un doblar de cartílago vencido
por el paso inclemente de los años
Baja y sube
diez peldaños de grada
para salir afuera.
Agachadito…
como aquel que pasa debajo
de un árbol derribado por la brisa.
Lentamente…
sus pasos se deslizan
auxiliado por un tambaleante
bastoncillo
Cruza la romántica calle
de sol matinal,
mientras el “tictac” de su bastón
márcale la senda por el frente.
Sencillo,
desprendido de cualquier
afición de grandeza,
camina como Jesús sobre la arena
Si una dama
de colorida gracia se le acerca,
alza su voz de sonoro acento,
eleva la vista,
detiene el paso.
Y a la bella,
enseguida le lanza
una fulgida flor
abrevada de sus labios.
Ya su maciza corpulencia acusa,
un doblar de cartílago vencido
por el paso inclemente de los años
Baja y sube
diez peldaños de grada
para salir afuera.
Agachadito…
como aquel que pasa debajo
de un árbol derribado por la brisa.
Lentamente…
sus pasos se deslizan
auxiliado por un tambaleante
bastoncillo
Cruza la romántica calle
de sol matinal,
mientras el “tictac” de su bastón
márcale la senda por el frente.
Sencillo,
desprendido de cualquier
afición de grandeza,
camina como Jesús sobre la arena
Si una dama
de colorida gracia se le acerca,
alza su voz de sonoro acento,
eleva la vista,
detiene el paso.
Y a la bella,
enseguida le lanza
una fulgida flor
abrevada de sus labios.
La Villa de San Luis, abril de 2017
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