Don Enrique Pérez Villamizar. Foto archivo O. C
Por Oscar Carrasquel
En aquella antigua Villa de Cura de gratas bellezas nació y creció entrometido entre hombres y mujeres de trabajo este caballero harto conocido por todos.. Vio la primera luz del mundo en el barrio Los Colorados. Hace muchos años se residenció en la calle Comercio centro del sector Las Tablitas, Se ha dedicado toda su vida a trabajar como cualquiera, todos los días, desde que aclara el día hasta el atardecer. Pedro Enrique Pérez Villamizar es su nombre completo, hijo del finado José Pérez Agraz, quien fue un amante del joropo aragüeño, en esta casaen los años 50 se hacían presentaciones de bailes de joropo rodos los fines de semana, José Pérez Agraz también era carretero de oficio. Su madre era Juana Villamizar, villacurana, de oficios hogareños. Del núcleo de los Villamizar del vistoso barrio Los Colorados, ubicado al lado oeste de de Villa de Cura, cabecera del municipio Zamora.
Don Enrique Pérez es ampliamente conocido como experimentado talabartero. Se levantó en la casa de sus padres en la calle Comercio, frente a la residencia familiar del barbero don Luis Manuel Botello. Ahora vive seis cuadras más adelante por la misma calle, en una casa solariega, antes de llegar al cementerio municipal. Regular de estatura, trigueño como su padre, un poco delgado de contextura. Fue pionero de la industria talabartera en Villa de Cura en la década de los años 50,. nacido en el barrio Los Colorados el 3 de marzo de 1935.
Aprendió las primeras letras y cursó toda la primaria en la escuela Federal Graduada Arístides Rojas, cuando esta institución existió en la calle Bolívar, frente a la Farmacia Central de don Félix Valderrama; todavía evoca con especial cariño a su maestra de segundo grado, la señorita Yolanda Montenegro, hija del Marqués Montenegro; igual que el recuerdo amable del director del plantel que en ese tiempo era el bachiller Luis Aparicio Pérez. No pudo continuar estudiando secundaria, desde temprana edad hubo necesidad de meter el hombro para ayudar a los requerimientos del hogar paterno. Cuando chamo no supo de juegos infantiles, después de grande fue que sintió afición por el popular juego de bolas criollas; los sábados y domingos era que competía en los típicos desafíos en la cancha del conocido bar El Samán y otros patios en La Villa.
La formación hogareña que recibió de labios de sus padres lo terminó en convertir en una persona de bien, trabajador, con espíritu de superación, amable de trato, mi amigo, un hombre de andar siempre con la cara en alto y de simpática conversación, la mejor herencia que pueda dejar a sus hijos y nietos.A la edad de quince años comienza a aprender la técnica de confeccionar sillas de montar a caballo, trabajando al lado del Maestro José Reyes, un talabartero de fama en La Villa; aunque después José Reyes abandonó el oficio, se cambió para mecánico y abrió su propio taller de reparación de vehículos en la calle Miranda, entre calles Doctor Morales y Bolívar y Villegas, donde hoy se encuentran unos locales comerciales.
En esta puerta del llano, Enrique aprovechó para nutrirse de conocimientos y experiencia con caras bastante conocidas que fueron Maestros de la talabartería. Hizo su trabajo junto con Reinaldo Silvera, David Èxime, Alcides Álvarez, Carlos Flores, Cruz Parra, Jesús Pérez y Nieves Cabrera. Empezó trazando y cortando sobre suela, fabricando cosas pequeñas, luego con el paso del tiempo movido por el tesón se dedicó a elaborar sudaderos y a confeccionar gruperas, cinchas y cabezadas, hasta llegar a fabricar una silla para montar a caballo completa.
Pedro Enrique Pérez Villamizar casó con la villacurana Flor Muñoz, hija del difunto don Francisco Cabrera. Ya su esposa tiene mucho tiempo de fallecida pero dieron muestras de amor juntos. El matrimonio procrearon seis hijos: Glenda Thais, Isbelia Josefina, Freddy, Arelys Margarita, María Teresa y Bergeny Coromoto; la mayoría ya hizo maletas pero jamás olvidan el calor de la casa paterna, muchas veces se reúnen hijos y nietos y llenan todos los espacios de la casa. Entre las damas florece como apasionada de las letras la profesora y poeta Bergeny Coromoto Pérez, quien es conocida como "La poetisa Azabache", residente de Santa Cruz de Aragua, sin olvidar a su pueblo natal.
Veinticinco años ininterrumpidos se mantuvo como artesano frente a una banca de trabajo en la primera "Talabartería Venezuela", propiedad de don Juancho Cabrera, establecida en la calle Comercio. Donde además fue supervisor, se ocupó de la atención de los pedido de los clientess, de enviar despachos de sillas y artículos para diferentes destinos dentro del territorio nacional, en especial para los estados del llano, occidente, Margarita, Zulia y Oriente; aprendió la formula para la atención de clientes a facturar en la oficina en la propia factoría.
El taller elaboraba y distribuía sillas para montar a caballo de diferentes tipos y modelos, mexicana, chocotona, tejana y la silla especial para trabajo de llano. Anteriormente llovían los clientes de todas partes. La Villa siempre fue nombrada como plaza donde se confeccionan las mejores sillas para montar de toda Venezuela. Luego, sin pensarlo dos veces se cambia a trabajar cerquita, como a 100 metros, donde abrió las puertas de una talabartería su hermano Lucio Pérez, junto con otro asociado. Su hermano fue igualmente un destacado maestro del oficio. Recordamos que Lucio fue jugador de pelota, integró los tradicionales conjuntos locales “Sindicato de Trabajadores de la Suela” y “Comercio”, fervientes equipos representativos de los colores del barrio Las Tablitas, ambos clubes fueron dirigidos por don Manuel Luna.
Hasta tener una montaña de años estuvo trabajando. Recuerdo que un sábado de febrero de 2018 sorprendimos a Enrique metido en una pequeña habitación de su casa, acondicionada como taller, dándole calor al trabajo que sabe hacer, haciendo pequeñas piezas por encargo y arreglos en cuero, para lo cual es muy solicitado. Es comprensible que trabaja para buscar otro dinerito adicional, porque la pensión del Seguro no alcanza para mucho, la cosa cada vez se va poniendo más dura y estrecha. Confiesa que una de sus preocupaciones hoy en día, es lo difícil de obtener la materia prima y los demás materiales; tanto herramientas, suela, pegamentos, hilos, han elevado considerablemente su costo.
Dicen que la edad poco importa, Enrique es de esos hombres de antes, a quien nada lo amilana, conserva intacto el gusto por la vida y el amor por su trabajo, no piensa otra cosa que seguir en el oficio hasta donde Dios mande. Según lo que sostienen los especialistas se envejece según se ha vivido. Por eso el paso del tiempo no ha detenido su impulso por su actividad laboral. Uno cosa muy significativa, a Enrique muchas veces lo atropellan los sentimientos y se pone a escribir versos de su inspiración. Carga la copla a flor de labios. Y comienza a desgranar los versos.
Hoy en día se ayuda para avanzar con un bastoncillo que va golpeando a su paso la acera de cemento, además de sentir el peso de los años, hace poco tiempo sufrió una caída que lo mantuvo varios meses postrados en una cama, pero gracias a Dios de ese incidente ya se encuentra recuperado y trata de olvidar el percance. Regularmente lo vemos que recorre a pie algunos rumbos de la ciudad, despacito para ejercitar el esqueleto y mantenerse en condiciones.
Agradecemos a Enrique por habernos abierto amablemente las puertas de su casa. Sin duda alguna un personaje icono de la Villa de San Luis de Cura, todavía con una vitalidad que asombra, demostrando con su experiencia que el trabajo es lo que edifica y hace útil al hombre. Es preciso saber, nos dice finalmente, que “Sin trabajo no hay pueblo que salga adelante”. Hace poco pasó con dirección a un Banco y se detuvo a saludarme en mi querencia..
Oscar Carrasquel, La Villa de San Luis, 2020
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