En la gráfica Don Armando de regreso, contando una por una las cuadras.
Por Oscar Carrasquel
Tremaría, a secas. Así es como se le conoce a este hombre valiente habitante de la comunidad de Las Tablitas, en donde hace años está radicado y es ampliamente conocido. Flaco estirado como una palmera y la piel agrietada como una mata seca. El tiempo le fue arrugando la piel. sus pies se volvieron llanos de tanto andar y desandar la calle Comercio de La Villa. Y las cuencas de sus ojos secas.
En su mano derecha mueve una varita. Ella es su mejor aliado, la agita como el péndulo de una brújula que busca direccionar el horizonte de un barco extraviado. La vara le va mostrando la ruta tal como un farol al marinero, la esgrime tanteando arriba y abajo los postes de la luz. De esta manera se abre paso por lo largo de la avenida con la natural reacción de algunos transeúntes que lo miran enfrentar su batalla.
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Tremaría, no distingue con el brillo de sus pupilas que están hechas de oscuros, pero Dios le dio la gracia de poder ver todo su alrededor con la mente y el alma. Nos reconoce cada vez que lo tropezamos en la calle (naturalmente por la voz) y nunca falta su saludo cariñoso, amable, cordial "!amigo Oscar, te extrañaba que te habías hecho!" ... Da los buenos días con su voz áspera a todo el que pasa. Le hago una especie de entrevista, me cuenta anécdotas de sus mejores años, eleva su pecho de torcaza y sonríe cuando se pone a recordar el ayer cuando fue un joven acostumbrado a trabajar. estudió la primaria en el oriente del país, luchaba por la vida ganando y perdiendo batallas, sin olvidar que fue la Comarca de Santa Rosa de Lima, Municipio Pedro María Freites del Estado Anzoátegui, su lugar de nacimiento, de donde salió un día a recorrer caminos para anclarse definitivo con todos sus sueños en Villa de Cura donde levantó una familia muy modesta.
Supimos de viva voz que, una vez hecho hombre allá en su terruño natal, se enfrentó a la vida como brasero en un importante puerto comercial venezolano, y más tarde se hizo chofer de camión, con el cual recorrió los mil caminos de la geografía venezolana. Nos cuenta que cuando niño en su pueblo asistía al colegio y allí se tragó los primeros libros, y además se divertía jugando pelota béisbol con los muchachos de su generación.
Desde que era un mozalbete supo desplegar sus alas, nada de lo tocante al deporte le era ajeno. Practicó béisbol en su tierra oriental con buenos equipos. Participó como jugador en Villa de Cura por algunos años. Acá en el estadio Ramón María Acosta fue árbitro de béisbol menor, lo cual desempeñó en la Liga de Béisbol del Municipio Zamora, y luego fue entrenador de esa disciplina deportiva.
En esta Villa de Cura su siembra fue fructífera porque contribuyó a la formación de muchos jóvenes que luego incursionaron en el campo amateur y profesional. Todos lo reconocen como persona que hizo bien al deporte, sin embargo se lamenta que ni siquiera ha sido acreedor ni de una medalla por parte de la dirigencia deportiva, aunque ha sabido que, ---En el estadio Ramón María Acosta, ahora vuelan los diplomas y reconocimientos a granel para gente que ni siquiera sabe lo que es un guante de béisbol. Así no los dijo.
Son tantas las cosas difíciles de cómo ha enfrentado su vida. Pero golpe duro el que se llevó cuando siente perder completamente la visión, perdió los brillos de la vida igual que un barco que en la noche pierde la luz del faro. Ayer nomás pudimos observar a este gran hombre, afincado de la puerta de una institución bancaria, estirando su mano de caricia implorando “una ayudita por el amor de Dios”, con una voz que se vuelve himno. La mayoría de las veces saborea lo amargo de la indiferencia y sordidez de las personas que entran y salen por aquella puerta, parece que se pierde el sentimiento de amor y la solidaridad con uno de nuestros hermanos.
Una lectora de nombre Yurmary Teresa Pino, que conoce su condición me ofrece un interesante testimonio, con su autorización vengo a transcribir:
---Tremaría tiene una particularidad que las personas no conocen: A pesar que no ve, sabe cuando va pasando por el frente de cada casa en particular, por ejemplo, cuando pasa al frente de mi casa se le escucha decir: -"La casa de mi amiga Emiliana Caracho, Dios la tenga en la gloria". Es su decir. Hace poco, como cuatro meses acaba de enviudar por la falta de medicamentos, su Sra. esposa quien portaba un marcapasos
En la penumbra de cada tarde viene solito de regreso por la calle del Comercio, y uno lo ve desde la esquina, se aleja y cruza en el callejón 2, tanteando el borde y el centro de la acera, lleva la cuenta en los dedos de las manos de las cuadras transitadas, silbando canciones tristes, con pasos lerdos, apostando a ganarle a la sombra que le impide ver la luz del sol y los crepúsculos en el cielo.
Don Armando Tremaria llegó de paso a esta tierra aragüeña, se aquerenció en esta Villa de San Luis con su familia, se alió de sus costumbre y tradiciones y se quedó a vivir para siempre entre nosotros, sin olvidar la tierra oriental que lo vio nacer. El ser humano lo que no se puede decidir, ni saber ¿A donde va a morir?. Cuando Tremaría se refería a esta Villa la llenaba de alabanzas y alzaban vuelo los sueños que sustentaron su vida.
Yo a todos les pregunto: ¿Qué será de la vida de mi amigo Armando Tremaria que no lo he visto más? . Nadie me ha dado repuesta exactamente de su paradero.
Oscar Carrasquel. La Villa de San Luis, Tricentenaria
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