Por Oscar Carrasquel
Así como nacen en mi pueblo las mañanas, con un grito de aliento en el corazón, a dos cuadras del cerro de Los Chivos. en una casa pequeñita pero optima para el descanso nací yo. La casa de la infancia es como un corazón pequeño donde caben todas las buenas alegrías y a veces se acuna la melancolía. El nombre de esta calle fue para recordar al celebre galeno doctor Urdaneta, pero la designación coloquial era la calle más larga de la urbe. Muchas viviendas pobres y otras confortables se encuentran en la margen izquierda y derecha de la mencionada calle.
La calle empieza en el cerro de Los Chivos y se enrumba para El Toquito, el Toquito viejo, siguiendo la ruta del barrio La Represa. La "Calle Larga" al igual a la calle "La Chancleta", finalizando la cuarta década del siglo xx era de piso terroso y en época de invierno se convertía en un lodazal, transitada por carretas de tracción de sangre y por personas desechando charcos.
Nuestra casa era fabricada de bahareque con un espacioso patio, paredes de caña amarga mezclada
con barro; pintada con zócalo de color
azul y blanco donde pasaba la familia alegres y felices ratos. Cálida en invierno y fresca en las tardes
otoñales, erigida en todo el centro del pueblo de toda mi vida. Qué grato es poner a volar como un águila las palabras para decir con amor: !este es mi pueblo!. Al fondo,
la copa abierta de un árbol de pericoco derramando gallitos ambarinos, y un bosque de flores de trinitaria al costado. con su cocina siempre oliente a café acabado de colar. Además de una tinaja barrigona confinada dentro de un tinajero y en el centro del patio el silencio de un pequeño aljibe con agua todo el año.
La mayoría de los coterráneos que habitaban la
urbe en aquel entonces eran artesanos, empleados, dulceras, ilustres educadoras, maestros albañiles,
músicos, y además gente querendona emigrada
del llano apureño. En la década de los años 50 del siglo xx la diáspora era al revés; entonces le
dimos hospitalidad a muchos inmigrantes a quienes recibimos con cariño y
esplendidez. Valga contar que al lado de casa se residenció quien fuera nuestro gran amigo el italiano Mario Di Gregorio. Muchas bodegas mixtas surtidas de víveres y ferretería, y botiquines populares funcionando en
las esquinas, donde se podía pedir fiado con el añadido de la ñapa. No habían llegado todavía los
supermercados. Cómo no recordar al señor Valentín Ríos, el barbero de la cuadra larga, al lado de la casa de los Lassaballett y los Linero. En su barbería, debajo de la sombra de un cotoperíz, en un patio grande, se reunía la gente del campo a tocar joropo aragüeño en un arpa, cantar, echar cuentos y contar sus vivencias.
Sentado en una silleta observaba yo a mi padre golpeando con el par de indices las teclas de una vieja máquina Underwood. Su vida la dedicó al periodismo, además de hilvanar un puñado de estrofas poéticas para manifestar lo que llevaba dentro del alma, sin ver decaer su lucha dentro de la política.
Uno de la vida aprendió que partir es lo más fácil, pero como dice la Biblia, no se sabe el día ni la hora. Llegó ese inesperado momento cuando se nos marchó en su caja de madera envuelto en tantas manifestaciones de afectos.
Unos rayos de sol como afilados cuchillos se colaban entre el ramaje en el corredor abriendo sendero. Jamás lo voy olvidar, el viejo estudiaba la Biblia, a Rómulo Gallegos, leía a Goethe y en algunas ocasiones a Musset, oloroso su pensamiento a perfume de rosas. Fueron días que pudimos disfrutar de su cariño y sus enseñanzas y de su amor constante. Yo soñaba algún día con con abrevar algo de sus conocimientos y poder escribir las mismas maravillas. Gracias padre por enseñarnos dos materias fáciles de comprender, la humildad y la verdadera amistad. Mi padre amaba mucho la amistad. No paraba de escribir y de recibir cartas.
Recuerdo que se subía los espejuelos de carey más arriba de la frente. No sé sumar las veces que estuve a su alrededor dejándome llevar por sus ideas como tarea de la cotidianidad. Y vaya que no se cansó de rebuscar en mi espíritu, para que yo algún día también pudiera escribir. Ahora no se trazan las letras con pluma fuente recargada en un tintero, a mi me tocó golpear el teclado en una complicada computadora, tan difícil de comprender como contar los luceros en el cielo.
La estampa que presenta ahora Villa de Cura en pleno
siglo XXI es muy distinta. Aquel pueblo bonito, bucólico, pequeño, con sus calles transitables a pie parecido a un triángulo, cuya
dimensión urbana apenas llegaba hasta la placita Bolívar y la Alameda ahora se convirtió en ciudad de atractivos modernos, y en mayo de
2022 estuvo cumpliendo mi pueblo querido 300 años de la reafirmación de su fundación, buscado afanosamente encontrar
solución a los ingentes asuntos que confrontamos… A ella, a
nuestra querida Villa de Cura, también dedicamos estas reflexiones como un sencillo homenaje que empieza
su recorrido en la
Fundación denominada FORO DE LA VILLACURANIDAD, en cuya peña con orgullo y amor militamos.
La Villa de San Luis, junio 2021
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