Don Félix Hernández Castillo, en espera para esta conversación, foto tomada por la señora Milagro Almenar de Pérez.
Por Oscar Carrasquel
Hace tres cuartos de siglo, lógicamente, la Villa de San Luis
de Cura no era tan grande como hoy. Aquí les cuento uno de los cambios. Cualquier
persona en la calle que le consultaran, podría decir que “Wilson” es una marca
de traje para caballero, y también un sello
de guantes y pelotas de la industria norteamericana, utilizados ambos en el
juego de béisbol.
Pero no. La “Wilson”
de la que queremos hablar don Felix y yo, es la designación
que los habitantes por allá en la última década de los años 40, le dio a un
vehículo que trajeron para labores de patrullaje y otros usos del comando
policial de Villa de Cura, cabecera del Distrito Zamora del estado Aragua. La
gente en vez de decir: "ahí viene
la camioneta de la policía", se acostumbró a decir: "Ahí viene la Wilson". Ya van a saber porqué.
Así es. La primera patrulla policial que se vio en Villa de
Cura fue donada en 1947 por el Ejecutivo Regional. Recuérdese que antes de esta
fecha el patrullaje o recorrida lo hacían los funcionarios policiales a pie, su
único armamento era una rolita pulida, decente, colgada al lado derecho de la cintura en una funda. La llegada de esta patrulla causó natural
revuelo en la tranquila población de escasos habitantes y llenó de
contento a la policía municipal de la
localidad, que entonces despachaba en la Casa Amarilla, en la calle doctor Rangel,
en todo el frente de la plaza Miranda.
De acuerdo con lo que me dio a conocer don Félix Hernández
Castillo; era aquel un vehículo marca Chevrolet, tipo wagoneer, modelo 46, cerrada;
una parte era de madera, con capacidad para seis pasajeros, incluyendo el
conductor. Por los lados poseía una especie de cortinas tapando las
ventanillas. No tenía siglas de la
policía. Lo que la distinguía era que en la parte superior de la casilla poseía
adaptada una enorme sirena de acero
inoxidable donde se podía leer en letras grandes la marca “Wilson”, por esa razón la bautizaron como "La Wilson". Hasta el mismo comandante de la policía,
cuando alguien le iba a poner una queja de orden público, enseguida le
prometía: “Ahorita le mando la Wilson”.
Cuando éramos muchachos los que vivíamos en la “cuadra larga” le teníamos pavor
a la "Wilson" , sobre todo
los que estaban en edad de servicio militar; después de los 18 años salían a la
calle rogándole a Dios para que los librara de la recluta especialmente de la presencia de la “Wilson” donde andaban dos guardias patas
blancas.
El primero que la aprendió a manejar fue un agente que
posteriormente, por la misma razón, adquirió el sobrenombre de “distinguido Wilson”. En aquel entonces
no había casi delito en la población. Solo un adolescente que apodaban “buche y pluma”, imagen y semejanza de
un malandrín que siempre andaba por los solares durmiendo a las gallinas.
A veces llegaba la camioneta a la jefatura con una carga de
borrachitos de esos que se quedaban dormidos frente a los botiquines de la Alameda.
Recuerdo que se veía la camioneta cuando
desembocaba a toda velocidad por la calle Real con sus dos faros
delanteros encendidos y la sirena a fondo, a todo dar, tal como si se tratara
de una tragedia.
Los días cuando esto ocurría alguna gente se aglomeraban alrededor de la estatua y avenidas de la plaza Miranda para salir a curiosear y averiguar a quién traía detenido la patrulla. Entre el grupo de curiosos había una pareja de placeros, una humilde mujer en compañía de su marido que no trabajaban ya que se hicieron amigos de políticos, siempre andaban como El Silbón, con las pilas recargadas, y salían en carrera por el centro de la plaza advirtiendo con una gritería:
!Llegó la Wüison!… ¡Llegò la Wüison!, (en vez de pronunciar Wilson).
El puñado de bromistas y tomadores de pelo que acostumbraban
a sentarse a platicar en los bancos y seguir a la pareja en la plaza Miranda,
les puso el sobrenombre de “Los Wüison”,
y así quedaron bautizados, como si fueran sus nombres propios hasta el final de
sus días.
Estas breves reflexiones que les narramos nos permiten ver con
claridad lo que era un pueblo semi rural. Y que la postura de sobrenombre es una
costumbre folclórica y cariñosa muy antigua, no posee autor, resurgen solos,
desde la boca del pueblo.
En aquel pasado lejano, era muy común en toda la comarca oír
un aforismo que dice así: “más
pendejo que los Wüison”; lo que se
puso de moda en aquella época cuando alguien quería hacer un tipo de
señalamiento.
Después nos enteramos que la camioneta, con el paso del tiempo, quedó abandonada en el patio de una casa en el barrio La Represa, convertida en chatarra.
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