miércoles, 31 de mayo de 2023

¡AHÍ VIENE LA WILSON! Y LA FAMILIA WIÜSON DE LA VILLA DE SAN LUIS DE CURA

 

Don Félix Hernández Castillo, en  espera para esta conversación, foto tomada por la señora Milagro Almenar de Pérez. 

                 

Por Oscar Carrasquel

Hace tres cuartos de siglo, lógicamente, la Villa de San Luis de Cura no era tan grande como hoy. Aquí les cuento uno de los cambios. Cualquier persona en la calle que le consultaran, podría decir que “Wilson” es una marca de traje  para caballero, y también un sello de guantes y pelotas de la industria norteamericana, utilizados ambos en el juego de béisbol.

Pero no. La  “Wilson” de la que queremos hablar don Felix y yo, es  la designación que los habitantes por allá en la última década de los años 40, le dio a un vehículo que trajeron para labores de patrullaje y otros usos del comando policial de Villa de Cura, cabecera del Distrito Zamora del estado Aragua. La gente en vez de decir: "ahí viene la camioneta de la policía", se acostumbró a decir: "Ahí viene la Wilson". Ya van a saber porqué.

Así es. La primera patrulla policial que se vio en Villa de Cura fue donada en 1947 por el Ejecutivo Regional. Recuérdese que antes de esta fecha el patrullaje o recorrida lo hacían los funcionarios policiales a pie, su único armamento era una rolita pulida,  decente, colgada al lado derecho de la cintura en una funda. La llegada de esta patrulla causó natural revuelo en la tranquila población de escasos habitantes y llenó de contento  a la policía municipal de la localidad, que entonces despachaba en la Casa Amarilla, en la calle doctor Rangel, en todo el frente de la plaza Miranda.

De acuerdo con lo que me dio a conocer don Félix Hernández Castillo; era aquel un vehículo marca Chevrolet, tipo wagoneer, modelo 46, cerrada; una parte era de madera, con capacidad para seis pasajeros, incluyendo el conductor. Por los lados poseía una especie de cortinas tapando las ventanillas. No tenía  siglas de la policía. Lo que la distinguía era que en la parte superior de la casilla poseía adaptada  una enorme sirena de acero inoxidable donde se podía leer en letras grandes la marca “Wilson”, por esa razón la bautizaron como "La Wilson". Hasta el mismo comandante de la policía, cuando alguien le iba a poner una queja de orden público, enseguida le prometía: “Ahorita le mando la Wilson”. Cuando éramos muchachos los que vivíamos en la “cuadra larga” le teníamos pavor a la "Wilson" , sobre todo los que estaban en edad de servicio militar; después de los 18 años salían a la calle rogándole a Dios para que los librara de la recluta especialmente de la presencia de la “Wilson” donde andaban dos guardias patas blancas.

El primero que la  aprendió a manejar fue un agente que posteriormente, por la misma razón, adquirió el sobrenombre de “distinguido Wilson”. En aquel entonces no había casi delito en la población. Solo un adolescente que apodaban “buche y pluma”, imagen y semejanza de un malandrín que siempre andaba por los solares durmiendo a las gallinas.

A veces llegaba la camioneta a la jefatura con una carga de borrachitos de esos que se quedaban dormidos frente a los botiquines de la Alameda. Recuerdo que se veía la camioneta cuando  desembocaba a toda velocidad por la calle Real con sus dos faros delanteros encendidos y la sirena a fondo, a todo dar, tal como si se tratara de una tragedia.

Los días cuando esto ocurría alguna gente se aglomeraban alrededor de la estatua y avenidas de la plaza Miranda para salir a curiosear y averiguar a quién traía detenido la patrulla. Entre el grupo de curiosos había una pareja de placeros, una humilde mujer en compañía de su marido que no trabajaban ya que se hicieron amigos de políticos, siempre andaban como El Silbón, con las pilas recargadas, y salían en carrera por el centro de la plaza advirtiendo con una gritería:

           !Llegó la Wüison!… ¡Llegò la Wüison!, (en vez de pronunciar  Wilson).

El puñado de bromistas y tomadores de pelo que acostumbraban a sentarse a platicar en los bancos y seguir a la pareja en la plaza Miranda, les puso el sobrenombre de “Los Wüison”, y así quedaron bautizados, como si fueran sus nombres propios hasta el final de sus días.

Estas breves reflexiones que les narramos nos permiten ver con claridad lo que era un pueblo semi rural. Y que la postura de sobrenombre es una costumbre folclórica y cariñosa muy antigua, no posee autor, resurgen solos, desde la boca del pueblo.

En aquel pasado  lejano, era muy común en toda la comarca oír un aforismo que dice así:  “más pendejo que los Wüison”; lo que  se puso de moda en aquella época cuando alguien quería hacer un tipo de señalamiento.

Después nos enteramos que la camioneta, con el paso del tiempo, quedó abandonada en el patio de una casa en el barrio La Represa, convertida en chatarra.


 

 

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