Foto retocada en el laboratorio de Ramón Alfredo Corniel
Por Oscar Carrasquel
Entre ellos esta dulce
mujer, de cuerpo enflaquecido, trigueña. Esta no es una mujer incómoda ni de
esas personas malhumoradas como aparenta, que encuentras en la calle, al
contrario, cada vez que nos tropezamos con ella se nos acerca, saluda muy
amable y con respeto a gente, su cuerpo es curvado, tongoneando al caminar, ríe
con una carcajada para hacerse notar. Con esa actitud suele ser sincera con ella misma
pues nunca oculta su afición por el Dios Baco. Parece que eso le alegra el
mutismo del alma.
No la había vuelto a
ver desde que la vi detenida en la esquina del Samán. Es de imaginar que es
nativa de Villa de Cura, de un hogar pobre de esos que rodean el vallecito de
Las Tablitas o venida de campos vecinos. En base a todas esas cosas yo rechazo
la opinión de sus detractores por inusitadas que son.
La vida es un arte, es poesía,
cada uno escribe su propia historia, generalmente anda envuelta en un traje de
liencillo de color y calzada de zapatos de diversos tipos, la moda que le
impuso la vida. Nos mira con sus grandes ojos negruzcos, ingenuos, como si
quisiera solicitarnos algo; pero ésta no es su conducta, sigue su camino como
un globo solitario dejando una estela de humo de cigarrillo entre la dispersión
de la gente que se congrega en la parada
de buses y por los parajes de la plaza Bolívar, también le gusta instalarse en los actos públicos.
Me he dado cuenta que a
la Negra, como le gusta que le llamen, le da rabia que no le contestes los
buenos días o buenas tardes, se pone perturbada, ríe a carcajada y se burla de
ti, pero sin una retahíla de palabras fuertes.
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