De izquierda a derecha, Rosana Hernández P,, Rafael Rodríguez y Oscar Carrasquel
Por Oscar Carrasquel
Esta gráfica me trae
muchos recuerdos. Tiene siete años. La
casa grande reunió a unos amigos de la juventud una tarde inolvidable. Se entra por un zaguán y ante portón, entre cálidos y gruesos paredones, se va por el
silencio de un largo corredor con aroma
de rosas. Un paraíso apropiado para los afectos, para retratarse en la cordialidad.
Allí habitan dos almas, al rescoldo de un jardín tupido de rosas y la belleza de árboles frutales. Una
poeta, una gran escritora de un gran
pueblo, que también dicta talleres de poesía y literatura. Un viajante con sus
barbas níveas de sabio. Y yo, que soy un febril visitante viejo de la casa,
Esa hermosa tarde nos
reunimos Rosana Hernández Pasquier, Rafael Rodríguez Galindo y quien escribe,
unidos por la arteria vital y fraternal de la hermandad. Rafael Rodriguez Galindo, que está al
centro de la foto, recién regresaba de un
viaje largo por el extranjero. Jamás pensamos que estaba tan cerca su viaje al
cielo.
Unas horas inolvidables en una casa donde nunca falta un cafecito humeante, y se aprestan a servir unas galletas y dulce de lechosa. Un cirio pascual relampaguea en el medio de un mesón; al frente unos libros donde Rosana carga un manojo de su poesía, y una amena conversación que gira entre lo religioso, la literatura, la sublimidad de la existencia, y disfrutar de una selección de poemas de la anfitriona.
Rosana y Flor María,
dos botones del mismo matero repartiendo fragancias, siguen su marcha heroica,
sus sueños y luchas a pesar de los eriales y las batallas que rodean el tiempo.
Una tarde de alegría
para disfrutar cada vez que uno entra al interior de la “casa
de todos”, a decir de los dueños, los que están al lado del corazón. Sin pensar que el tiempo va dejando grietas, el tiempo es solo
un pasar de hoja del almanaque. ¡Feliz Año!
Foto tomada por la profesora María Teresa Fuenmayor que se incorporó a la reunión.
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