Julio Rojas "Polito" un personaje de escena vivió más de 100 años
Por Oscar Carrasquel
Por la historia menuda de este pueblo de Villa de Cura, han pasado muchos hombres venidos de otros lugares, y son muchas las veces que nos topamos con su recuerdo; tal es el caso de Julio Rojas "Polito"... A comienzo de la década del 50 llegó como transeúnte por primera vez a esta ciudad de Villa de San Luis que entonces contaba con apenas cinco barrios, un pueblo discreto, olorosas sus calles a aliento de asnos y mulos .Dicen que este caballero de andar errante era oriundo de la República de Colombia.
Julio Rojas cuando joven fue un hombre que se movía en los ámbitos de las radio emisoras en Caracas en donde se dio a conocer, y en el mundo circense independiente. No había pueblo que no visitara. En los días cuando Julio Rojas se movía de sitio en sitio, precisamente en unas fiestas patronales de San Luis un 25 de agosto, pasó por el pueblo de Villa de Cura, se metió por los lados de la Iglesia Matriz siguió la marcha, tomó un baño en el riachuelo “Curita” y aquí se quedaría hospedado pata el resto de sus días.
Habitó una casa de vecindad formando un triangulo el “Bar Deportivo” de don Pompilio Martínez y bodega "La Loca" de don Francisco Martínez, en la calle Guárico, subiendo hacia el barrio La Represa. Julio era un ser tranquilo y humilde, de sonrisa cordial, delgado y pequeño de estatura. Con sombra indígena en su rostro. Algunos amigos de La Represa me contaron haberle conocido compañera de vida en el barrio El Toquito viejo. Fue allí donde corre ese largo viento en los atardeceres donde amó y calentó nido.
En alguna parte o pueblo donde anduvo entregado a su espectáculo le pusieron de apodo “Culebrero”; pero la gente en la Villa que no se le hace agua el ojo para poner sobrenombre, le hizo conocer con el remoquete de "Polito" y así se quedó. Para más ñapa, al rancho de zinc donde vivía y tenía su negocio le puso un avisito al frente de la pared en el cual se lee "Casa Polito".
Conversador e infatigable viajero, y explorador de fiestas patronales y ferias en ciudades y pueblos de todo el país. Crecimos en este villorrio y por ello le seguimos los pasos a este personaje con dotes de artista de circo. Tuve la oportunidad de visitarlo y conversar mucho con él.... Polito era también retratista de calle, era común verlo transitar con una cámara Polaroid, vendiendo fotografías al minuto, en playas, fiestas y ferias. en bautizos y matrimonios.
Como tengo a bien recordar, se enrollaba alrededor del cuello una enorme "traga venado" que obedecía a su dueño con un pequeño silbato de sus labios; la serpiente le seguía la corriente y cumplía sus órdenes, por eso tuvo la ocurrencia de ponerle el nombre de “María Cristina”; Es sabido que con este nombre se conocía a un antiguo porro de moda en la época... Delante del público, luego de cumplida la exhibición, la enorme culebra se introducía y se acoplaba ella sola dentro de una maleta de viajero.
Un hombre de mundo, extravagante. Julio se movía a pié por toda la pequeña ciudad, vendiendo pomadas, aceites y manteca de culebra envasados en laticas de botica. A todos lados le acompañaba “María Cristina”; estirándose con la cabeza levantada. Desde lejos uno podía escuchar el pregón, y guindado del cuello un aviso donde se leía: "¡Llevo el remedio para los hombres que dicen que raspan y raspan...y no raspan nada!"
Para los niños tenía un espectáculo muy singular .Pudo crear o mandar hacer dos muñecos del tamaño de un ser humano que siempre llevaba oculto en una maleta de cuero, ambos vestidos con flux de casimir y corbata. Tenían gesto, mirada, voz, y reían como seres humanos. Yo de ellos me acuerdo clarito, a uno lo llamaba "Pancracio" y el otro "Doroteo". Los muñecos movían la quijada, repartían besos y él, que era ventrículo, los hacía filosofar y decir cuentos con humor infantil. Aprovechaba para vender las fotos al minuto.
En algunas ocasiones, en plan de centavos para ganarse la vida, "Polito" se lanzaba a la calle en la tarde- noche, a moler valses criollos, cumbias y pasodobles en un pianito mecánico, y formaba la parranda en los botiquines de La Alameda o cualquier espacio público. Al terminar estiraba un sombrero donde el público reunido le depositaba una pequeña recompensa.
Su casa era un santuario y tienda natural a la vez. Colgados en una pared había una galería de cuadros de Santos. Abundaban en las paredes una telaraña de plantas aromáticas disecadas para preparar brebajes,: sábila, mejorana, laurel, eucalipto, conchas de drago, hierba mora y cariaquito morado del legitimo. Uno pasaba por el frente y en una gruta veía una fila de velas alumbrando a toda hora como una hoguera. Yo escuchaba atento sus consejos. Se ponía bravo, no le gustaba que lo llamaran "yerbatero", porque lo iban a confundir con un brujo, muy distinto a ser botánico.
Sanaba a niños con lombrices, aliviaba dolores reumáticos. A los picados de araña o alacrán los trataba. Socorría a cualquiera picado de serpiente; igual al que necesitaba ensalmar una erisipela o una culebrilla"sapa"...También se hizo experto en sacar “mal de ojo” en los niños. Preparaba una cera buena para aliviar a media noche el dolor de muela.
Personas mayores que se asomaban por la ventana de las casas del vecindario me contaron que, era frecuente ver llegar los fines de semana a su casa a muchas figuras de la farándula caraqueña y cantantes de música llanera que lo venían a visitar. Llegaban en lujosos automóviles a la primera tienda naturista del pueblo. Afirman que vieron llegar de visita a Valentìn Caruci, Magdalena Sánchez, Andrés Cisneros y Ángel Custodio Loyola, y otros amigos de los tiempos cuando trabajaron en Radiodifusora Venezuela en Caracas. Julio poseía certificado de locutor y carnet de artista.
Me contaron que conservaba una guitarra española del cantor Andrés Cisneros, que la dejó a guardar y no la vino a retirar nunca. Polito no era un hombre totalmente abstemio, a veces dentro de su tienda le quitaba la tapa a un frasco de Santa Teresa pecho cuadrado "para quitar el frío de la garganta", como lo comentó aquella mañana contando anécdotas.
La ultima vez que lo vimos entristecía. Casi había perdido la vista. Le colgaba una cola larga de pelos canoso en la barbilla. El día menos pensado lo vino a recoger la muerte a la casa que habitaba solo y donde funcionaba aquella especie de botica popular, para conducirlo a la eternidad. Sobrepasaba su humanidad cien años de vida (102). Se sabía la edad que tenía porque él mismo lo regó en el vecindario. Fue lo que pidiésemos llamar llamar su ultima función.
Rendimos tributo de respeto y admiración a este hombre-medicina y personaje de la vida popular villacurana. El cual cuando estaba mozo pasaba de largo con su fantasía por Villa de Cura, en temporadas de fiestas, pero luego se convirtió en morador de la ciudad para el resto de su vida, Aquí en esta tierra quedaron sus cenizas sembradas para siempre. Que Dios lo tenga en la Gloria.
Oscar Carrasquel. La Villa de San Luis, tricentenaria
Fotos archivo de Ramón Alfredo Corniel