La Loca Amparo. Tal como se la vio el ingenio del poeta y pintor villacurano Fernando Olivo
Por Oscar Carrasquel
Esta historia no me la contaron sino que la viví en ese camino de mis años mozos. Se trata de un popular personaje de mediados del siglo xx.... La cruz que llevaba a cuestas la pobre Amparo era una cruz pequeña, pero pesada de verdad y de profundo dolor humano, sobre una desgracia que marcó su vida. Desde cuando yo era un muchacho tuve conocimiento en Villa de Cura de la llamada "Loca Amparo". De eso hace muchísimo tiempo, sin embargo hoy la traigo a esta columna para evocar el recuerdo del ayer para que quedara escrita su origen.
Todos los días, menos sábado y domingo, yo la veía deambular por la calle Blanca (hoy Miranda). Con su andar despacito, sin fatiga, sollozando por la acera, caminando pegada a la pared, igual cuando la tarde agoniza y se resbala la sombra en los atardeceres villacuranos. Entonces era una mujer flacucha, de regular estatura, ya entrada en años.
De Amparo no se sabe cuando llegó al pueblo, tal vez venida de un lugar lejano, quizá de la mano de algún transeúnte o de una estrella caída del cielo. Hay quien dice que era oriunda de San Juan de los Morros..Uno de estos días se me acercó alguien y me dijo que era nativa de Villa de Cura. Creyó ella que refugiarse en este querido rincón aragüeño la hacía feliz.
Amparo era una persona disminuida de la razón, trastornada de la mente, sufría de manifestaciones delirantes, jamás, nunca ejercía violencia contra la propiedad ni las personas. De su mente enfermiza brotaban cosas disparatadas. Le encantaba ver a los niños cuando jugaban al regresar del colegio. Aunque los infantes por su aspecto famélico le huían, quizá por grima, por miedo. En un tiempo le seguía los pasos un perrito callejero como una mascota que la seguía todo el tiempo lamiéndole el fustán .
Por lo general estos que llaman "loco" son personajes folclóricos cuyos pasos se pierden en la vida de los pueblos, con su andar lastimero sin que nadie se apiade de ellos, derrotados; pero en resumidas cuentas son constructores dela historias menuda. Amparo era una mujer de vestir andrajoso, pero siempre andaba cubierta, vestida completa, bien protegido su cuerpo, jamás buscó coger carretera o refugiarse en parajes retirados. No daba muestras de ser loca.. creo en lo que decía un poeta "Era una mujer enamorada del amor". Se quedaba mirando a las personas en la calle y dibujaba una sonrisa triste de larga penumbra.. Hubo un día que alguien puso sobre su cabellera desbaratada un sombrerito de fieltro que se lo tumbaba el viento, o envuelta en una bufanda que se colocaba sobre la cabeza en forma de velo, tal vez emulando a las señoras que pasaban para la Iglesia del pueblo..
De los días cuando era joven y buena moza le quedó un par de aretes cobrizos que le colgaban del pabellón de las orejas. Siempre vestía un largo camisón de crehuela unicolor (rosado o negro) que le llegaba hasta los tobillos, mugriento e impregnado de mal olor. Algunas mechas de su pelo cano y descuidado le caían al lado izquierdo de su frente. Las señoras que salían para misa le regalaban flores naturales que ella colocaba sobre su pelo y disfrutaba de su color y perfume.
Amparo mostraba una extraña fantasía. Sobre su lado izquierdo sostenía una figura hecha de trapos envuelto en una cobija que abrigaba y arrullaba como una madre apegada a su único hijo, y hasta le tarareaba canciones de cuna. Sobra tiempo para entender que el destino la convirtió en una mujer desamparada como un ave errante, pero lo cierto es que no aguantaba lluvia, ni sol, ni soportaba las tardes villacuranas visitadas por ventoleras.
Amparo. cuadro del reconocido artista villlacurano Fernando Olivo
Se refugiaba para descansar detrás del ante-portón de los caserones de zaguán de la gente más acomodada, con su doble portón siempre abierto a los rayos del sol y a la brisa. Frecuentaba en tres cuadras el zaguán de casas de familias donde encontraba refugio, aquello era como su tabla de salvación...Cuando la mañana se hacía clara entonces ganaba de nuevo la calle.
En una mano sostenía un pocillo de peltre y un pedazo de totuma que usaba como cuchara,. alargaba la mano y lo entregaba a través de una ventanilla del ante-portón en las casas donde se había ganado la confianza, el cual le era devuelto por la dueña con una ración de comida. Muchas veces la gente de bien le regalaba vestidos de medio uso y zapatillas de tacones altos.
Hablaba despacito consigo mismo, con un gemir lastimero como si sus palabras le salieran del alma, de cosas que le vinieran a su mente enfermiza. De algo grave que le había ocurrido a su vida, tal vez sobre el sueño de un amor pasajero como el de los marineros y de un beso que no se repitió. No le faltaba bailando entre sus dedos un tocón de lápiz de grafito, o un trozo de tiza blanca con el cual dibujaba figuritas y colocaba mensajes indescifrables en las paredes, como trazando el hilo de su vida, inventando palabras que pareciera que le alegraban el corazón. De repente buscaba trazar el rostro de aquel amor que lastimó su existencia.
Por años, Amparo fue burla de algunas personas mayores y de muchachos realengos que, seguramente, ignoraban su tragedia, sus fragilidades y sufrimientos. Como las hojas secas que se desprenden de los arboles en otoño así era su vida.
Se contaba en casa de quien escribe, en conversaciones de personas mayores, que la pérdida parcial de su mente se debió a un desengaño amoroso, cuyo sufrimiento fue progresando cuando le fue arrancado de sus brazos su primer y único hijo producto de su inicio conyugal, cayendo en un mutismo y un desconsuelo interminable que le hicieron perder parcialmente la razón y por supuesto las alegrías, suficiente para que le fuera agregado el cognomento de "loca".
Así anduvo en un ir y venir, mañanas y tardes en las décadas 50 y 60, por dos céntricas calles de Villa de Cura, (calles Miranda y Bolívar) arrastrando su tragedia, pernoctando en zaguanes, reposando y durmiendo sobre pisos frescos de cerámica, hasta que el tiempo la convirtió en anciana.
Su cuerpo de tanto andar se fue volviendo enflaquecido y pesaroso, ya casi no veía ni oía, hasta que un día de claro amanecer villacurano, sin ninguna compañía, se fue quedando dormida en los brazos de la muerte. Eso fue en el albergue de ancianos del Hospital Santo Domingo de las Hermanas Catequistas de Lourdes.
Según contaba mi mamá, no hubo honras fúnebres, lágrimas, ni redobles de campanas; solo rezos breves de las hermanitas de la caridad. Su cuerpo fue puesto en un cajón y conducido en el hombro por un solo hombre corpulento hasta el cementerio de la calle Comercio. El celador del camposanto plantó sobre la pila de aquella tierra generosa un ladrillo con un solo nombre: "AMPARO". Yo francamente soy de los piensa algo distinto, Amparo no era loca de remate, fue uno de esos personajes que dejaron huella identificadora y que seguramente se ganó el cielo. Que su alma descanse en paz.
Oscar Carrasquel, La Villa de San Luis, septiembre de 2017
Reintero :Ilustración de mi estimado amigo Fernando Olivo, artista plástico villacurano.
Fernando, quiera Dios que nos sigas entreteniendo con tu arte y tu espíritu de bondad.
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