EL LOCO MAS INGENIOSO
Por Oscar Carrasquel
Quizás él, aquel buen hombre que todos llamaban “loco” pueda volver voluntariamente a La Villa por sus pasos. ¿Qué se haría?. Que no hemos visto más aquel adulto que nunca quiso darnos su nombre, pero que de tanto conocer provocaba ponerlo "EL LOCO MAS INGENIOSO·. En alguna circunstancia uno lo encontraba y le podía ofrecer una canilla de panadería. Se nos desapareció como una sombra lejana entre la dispersión de la ciudad, perdido ya, borroso como un dibujo abstracto.
Siempre lo veíamos en la calle sentado sobre el pretil de la acera del frente. Pernoctaba en el callejón, más allá, en la esquina, en los sitios más concurridos de la calle Comercio de Villa de Cura. Nunca lo vimos ingiriendo licor, fumaba colas de cigarrillos que le daban. Se valía de la claridad del sol de la mañana para estirar un periódico completo el diario Meridiano, rastreando las noticias con avisos y todo. Combatía su ocio leyendo, o haciendo que leía, parecía apasionado por la lectura.
Que grato era ponerse frente a él un día cualquiera, arrastraba su pobreza silenciosamente. Cabezón, alto, pelo enroscado, andrajoso, con el pecho al descubierto y los pies descalzos, lucía una espesa barba como un papel de lija, a veces se parecía a un gran pájaro de la noche. No utilizaba cinturón, el calzón lo sostenía con la mano derecha para evitar que se le cayera.
Nunca se le oía murmurar, tampoco sonreír; en la vida no se le vio enrojecido ni se le oyó pronunciar palabras fuertes, ninguno se metía con él, ni viceversa; debe ser por su rostro serio capaz de inspirar respeto. Tenía su particular modo de arrastrar su indigencia, prefería participar en el festín escarbando la bolsa negra de la basura hasta encontrar algo que le alegrara el estomago, pero no le gustaba que lo socorrieran con billetes del Banco Central, respondía negativamente subiendo o bajando la mirada.
En la tarde terminaba su monotonía, se iba derechito a sentarse en los bancos de la Iglesia San Luís a oír la misa de cinco. Se decía que en la noche se refugiaba al lado de la puerta de algún comercio, a veces a cielo abierto, dejando desplomar su musculoso cuerpo sobre la acera. En las noches de luna clara le picaba el ojo a las estrellas y la luna aprovechaba para vigilar su sueño.
Durante meses, quizás años, lo vimos con sus pasitos cortos, hundía sus pies descalzos sobre el asfalto, bajando y subiendo aceras en línea recta, su andar era despacito como la rotación de molino de oxidadas aspas.
Nosotros como buscadores eternos de estos personajes populares, comenzamos a preguntar a sondear la ciudad colmada de silencios y de caras alargadas, y ya casi nos ahoga la desesperanza de volverlo a encontrar, como era antes que, lo veíamos pasar por la acera de enfrente cuando la tarde ya arrojaba su sombra y sus últimos destellos.
La Villa de San Luis, 2021
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