Por Oscar Carrasquel
Se nombra costurera a aquella mujer encargada de cortar y confeccionar ropas en una
jornada de labor de todos los días, incluyendo domingos y días feriados,
sentada desde que “Dios amanece” hasta que oscurece y la noche cargada de estrellas, pedaleando una máquina de coser, dedicada a
producir trajes completos para damas, pantalones, blusas y elaboración de ropa
para niños. La mayoría combina su faena con las labores propias de la casa.
Generalmente cortan y diseñan a la medida de figurines y en revistas
especializadas. Anteriormente se acostumbraba que las marchantes retiraban la
ropa y pagaban el importe por cuota sabatinas o al final de quincena, según
como fuera acordado. Coser ajeno más que un oficio era un arte.
Estos son días que uno se aferra a los recuerdos. Yo comencé a convivir con costureras desde mis años de
niño en Villa de Cura, rozando la cuarta década del siglo pasado. Mi madre
María Inocencia llegó procedente de la Villa de Todos Los Santos de Calabozo,donde había nacido en 1907. Comenzó
por elemental necesidad a desempeñar el oficio aquí en La Villa, me dijo una vez con actitud nostálgica: "Lo aprendí desde chiquita con las Madera en La
Misión de Arriba”, lo traía moldeado de la familia de su papá-padrino el médico
calaboceño Carlos Segundo Madera, hogar donde se crió apenas nació y allí se
levantó hasta su casamiento con mi padre J E Carrasquel.
Mi mamá era una persona de estricta severidad y muy respetuosa de la dignidad humana, hasta el
punto que su mayor clientela estaba concentrada en el entorno de la
festiva zona de la Alameda en la calle Comercio, le cosía a las"mujeres de
bares" pero al mismo tiempo madres de familia para todas las penas y alegrías,
responsables, pagaban la costura de contado y muchas veces por adelantado. Un
vestido de moda 4 bolívares llevando ellas la tela.
Hay algo del anecdotario en este relato. Recuerdo que en una pieza de la casa había un espejo grande de
escaparate donde se asomaban ellas
para medirse los vestidos. No
decían nada, pues en medio de tremenduras de muchacho, uno a propósito las
fisgoneaba escrutando su silueta de arriba abajo cuando entraban al vestuario a medirse las telas.
En aquellos tiempos de frecuentes bailes de carnaval en La Alameda, mamá les hacía a las mujeres "de la calle" los suntuosos disfraces de “Negrita”, “Conejitas”” y unos gabanes de relucientes colores que llamaban “Dominó”. Igualmente fabricaba vestidos para niñas los cuales envolvía en papel celofán trasparente y los consignaba en la bodega de la esquina El Sapo (calle Urdaneta con Sucre) propiedad de don Lope Esaá. A la par hacia los uniformes a las peregrinas en tiempo de Peregrinación. Un detalle novedoso y muy peculiar es que a mamá no le gustaba coser ropa masculina. Pero cada traje de mujer o niña que hacía era una creación bien lograda..
En aquellos años de la década del cincuenta hubo una gran cantidad de costureras exponentes del arte en Villa de Cura. De estas señoras solo quedan recuerdos en la memoria, extraje de la investigación los nombres de Ana Isabel Domínguez de Lombano, María Carrasquel, Isabel de Hernández, Claudia de Pálima, Rosita Acosta, María Luisa Nieves, María Ambrosia de Sanabria, Sinforosa Núñez, María Desideria López, María Teresa Castillo de Hernández, Esther de Parra, Eduviges Hurtado, Providencia de Montesino, María Eugenia Morgado, Damiana de Ascanio, Josefina Silva, Josefa Peña de Martínez, Mercedes López, Angelina de González, Josefina Rodriguez, Inés de Costerman, Matea Galindo de Rodriguez, Beatríz de Terán, Aura Terán, Ana Morales,, Irma González de Botello, Mercedes de Socco, Enma Castillo, Teófila Ramírez, Hubo muchas más.
De la investigación surge el nombre de Ana Lucrecia Nieves de Yusti O "doña Lucrecia", así era llamada en la vecindad, otros le llamaban cariñosamente "doña
Lucre", "Doña Lucre" en los años 50, le cosía a las sastrerías más nombradas de La Villa. El oficio de costurera lo heredó y desempeña hoy en día su hija María Yusti
de Pérez,
En los días que corren a causas de cambios inesperados de la
economía han mermado las costureras. Sin
embargo, en estos momentos algunas mujeres de forma valiente se encuentran
representando este arte tradicional en la Villa. Son aquellas especialistas en
la confección de vestidos para ocasiones especiales, como graduaciones, fiesta
de 15 años y bodas.
Para paliar esta difícil situación, no tardaron en aparecer
también las llamadas costureras exprés, aquellas que se encargan de adaptar y
corregir tallas de ropa según los
antojos de la clientela. En época pasada en Villa de Cura algunas se dedicaron
a ser auxiliares de sastres para la confección de trajes para caballeros. Había muy buenas costureras
en La Villa, un sastre veterano lo sabía. Ella era quien daba el toque final a
la costura, el sastre solo trazaba, cortaba y punteaba.
Algunas damas costureras villacuranas se especializaron y dedicaron su vida en
hacer figuras de títeres, artesanía y crear muñecas de trapo. En la Villa hubo
dos muñequeras artísticas muy especiales que fueron leyenda nacional, la señora
Emiliana de Nadal en la calle Comercio y doña Angelina
Bolívar de Utrera, esposa del maestro Inocencio Utrera.
Antes de poner punto final a esta especie de esbozo dedicado
al recuerdo de mi mamá quiero referirme a un detalle muy peculiar. Resulta que hace como dos
décadas atrás, cuando pasaba un traje de
moda, o las damas cambiaban de talla,
por regla general regalaban la ropa de
poco uso a una amiga o a un allegado de la familia. Ahora, lo pasa a un comercio nuevo denominado “Venta de
garaje”. Un espacio estratégico de la
casa para exhibición y venta de toda prenda de vestir y zapatos ancianos.
Muchos integrantes de cualquier casa de familia participan
y se resuelven en este tipo de negocio
en virtud de los precios tan elevados a que ha llegado la ropa y el calzado.
Oscar Carrasquel. La Villa de San Luis de Cura, marzo de 2017
Foto archivo Dulce María.. Corregida por el artista Ramón Alfredo Corniel.
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