Conocido en cada rincón de Villa de Cura como un hombre sano, honesto, inteligente, llano, con un corazón grande y de una cultura amplia. Con una gran capacidad de discernimiento.. Aficionado a la cacería y la pesca deportiva. La presencia de don Rafael Mosquera cubriendo el trayecto desde la calle Bolívar y Villegas (frente a la plaza Bolívar) hasta llegar a la plaza Miranda de Villa de Cura era cotidiana en aquellos lejanos años 50. Para aquel entonces no había aglomeración de gente en las aceras, no existía la presencia de vendedores y tarantines en plena calle Real..
De repente llegaba aquel hombre alto, flaco, desgarbado, vestido de slack de kaki color marrón y sombrero Borsalino de copa ala ancha, asomaba su caminar por las callejuelas de la plaza central y tomaba asiento en un banco de cemento, bajo la fronda verde de un cotoperìz, frente al altozano de la Iglesia parroquial San Luis Rey.
Todos los jóvenes que iban llegando al banco le dábamos un toque por el hombro para saludarlo y desearle los buenos días, recuerdo la expresión que vibraba siempre en aquel lenguaje: ¿Quièn se off?.. Nos gustaba platicar con él para aprender bas de su sabiduría.
Aquel noble hombre sin proponérselo fue creador de una Peña, lo primero que hacía era refrescar las novedades ocurridas el día anterior en el pueblo, contaba de todo, especialmente los episodios que le ocurrían a los emigrantes europeos que recién llegaban a instalarse en La Villa. Muchos de sus contertulios llegaban con una novedad en particular. Me acuerdo que el sobrenombre de "Macuto" lo adoptó un italiano que poseía una heladería dentro de las instalaciones del Cine Ayacucho..
Unn muchacho muy querido del pueblo apodado "Casunga", le lustrarle unas botas militares Masherland que usaba.
De los amigos que recuerdo alrededor de aquel viejo sabio, unos sentados y otros de pie como si fuera un salón de clases, me atrevo mencionar a los jóvenes: Raùl Aular Flores, Víctor Parra Dìaz, Ivàn Coelles, Rubèn Coelles, Jorge Roldán, el negro Francisco Matute Padrón, Peruchito Gonzàlez, Gracialiano Aponte, el Chato Cáceres, el gordo José Rafael Hernández "Fafa", Victorino González, quien esto escribe, y otros cuyos nombres escapan a la memoria.
Mosquera fue un hombre de una gran inteligencia, un maestro autodidacta como si fuera un libro. Enseñaba y formaba, y nosotros los jóvenes de aquella época éramos sus discípulos. Nunca nos hablaba de política ni de historia de Venezuela. No obstante de ser un ciudadano de respeto que amó bastante a su pueblo y a su país. Mosquera nunca nos hablaba de don Juan de Bolívar y Villegas, ni cuándo fue la fecha de fundación de la ciudad. No. Esos no eran sus temas de conversación. Las clases almacenadas en su memoria eran de historia del mundo, historias narradas sobre otras naciones, memorizadas por él, por largas que fueran.
A don Rafael Ángel Mosquera fue el primero que le oímos narrar sobre la cruenta Batalla de Waterloo; de la fascinante Toma de la Bastilla en la Revolución Francesa ; mencionaba sitios de memoria y nombres de líderes como Bonaparte, Robespierre, Bernave y Lafayette; y nos contaba al pelo la historia de la batalla de Stalingrado; y cómo fue el enfrentamiento entre las tropas soviéticas y el ejercito alemán entre 1942 y 1945. Por él llegaron a nuestro oídos los pormenores de la batalla de "Los dos puentes largos" en Alemania. Había estudiado mucho de historia universal, era un acucioso por eso sabía bastante. Era provechoso y agradable oírlo disertar sobre los distintos incidentes ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial y como fue que llegó a su final este conflicto bélico universal.
De pronto llegaban dos o tres amigos de su misma edad y cambiaba la conversa, se soltaba a hablar y contar sobre episodios de cacería y pesca y sus intrincados pasos por el llano. Se supo que visitaba mucho esas tierras en días festivos junto con otros corredores de caminos de su pueblo. Muy amigo de echar cuentos de cacería y la mejor forma de cazar un venado o un báquiro, parado por sus canes orejones, de los cuales poseía varios ejemplares. Lo que él llamaba “tiro federiquero”, no era otra cuestión que un disparo certero entre ceja y ceja, pero siempre cuidando y asegurándose que la presa no fuera hembra.
Me cuentan que Don Rafael Ángel no tomaba licor, pero no le faltaba nunca un tabaco Habano cubano bailándole entre los labios. Siempre los cargaba apareados en el bolsillo de la blusa. Cuando era de menos edad manejaba una camioneta Ford año 1948 color verde claro que utilizaba para su trabajo y para sus incursiones por el llano. De existir este vehículo debe ser una reliquia.
Sus tertulianos, acostumbrados a poner sobrenombre, ya no le nombraban por su nombre, ya que le agregaron diversos apelativos derivados de la primera letra de su apellido. El lenguaje de cariño de sus amigos lo bautizaron de varias maneras: “Macutorio” "Macuto" o “Mosquerucio”,ninguno de estos epítetos le disgustaba, igual respondía el llamado y el saludo.
El mote “Macuto” se hizo tan popular en la ciudad que lo llevó un italiano que expendía helados de vaso y barquilla en la heladería del cine Ayacucho, frente a la plaza Miranda, quien no pudo impedir que todos en el pueblo lo llamaran “Macuto”. Desconozco donde fue a parar este señor de nacionalidad italiana.
Don Rafael Angel Mosquera fue un hombre trabajador, cabal, de mucho vigor, desempeñó la herrería artística, muchos de sus saberes se los trasmitió a su hijo Rafael José Mosquera Jaén; su único ayudante. Mientras estaba entregado a su trabajo en la fragua siempre andaba protegido con un desgastado delantal con manchas de carbón. Fabricaba clavos y casquillos para bestias, empuñaduras para cuchillos y puñales de cruz; además era armero, reparaba flower y carabinas de pistón, hacía piezas en hierro increíbles. Elaboraba hierros para marcar ganado; recuerdo que para el Guárico y Apure iban muchos encargos que le hacían los dueños de hatos.
El taller de herrería se su propiedad donde trabajaba funcionaba en la década del 50 y 60 en un anexo de su casa de familia, ubicada en la calle Bolívar y Villegas, a pocos metros de lo que hoy es la Panadería y Pastelería La Reina. Con todo y su pobreza fue un hombre feliz, formaba parte de una familia muy apreciada y de mucha repercusión en Villa de Cura. Cultivaba la amistad y familiaridad con la familia Matute Padròn y de don Adolfo Ramírez, este último dueño en el Guárico del hato La Cruz de la Rubiera.
Don Rafael Mosquera era casado con doña Teresa Jaén Landa de Mosquera, hermana del poeta Vinicio Jaèn Landa. Procreó el matrimonio dos hijos, Rosita Mosquera Landa y Rafael José Mosquera Landa. Contrario a lo que muchos piensan, don Rafael Mosquera no era oriundo de Villa de Cura, sino de Cagua donde nació hacia 1903 y en donde transcurrieron sus primeros años. Siendo muy joven se instaló en Villa de Cura hasta el final de la existencia.
Don Rafael Mosquera era casado con doña Teresa Jaén Landa de Mosquera, hermana del poeta Vinicio Jaèn Landa. Procreó el matrimonio dos hijos, Rosita Mosquera Landa y Rafael José Mosquera Landa. Contrario a lo que muchos piensan, don Rafael Mosquera no era oriundo de Villa de Cura, sino de Cagua donde nació hacia 1903 y en donde transcurrieron sus primeros años. Siendo muy joven se instaló en Villa de Cura hasta el final de la existencia.
No supimos, por habernos separado la vida del pueblo, hasta donde le llegó el tiempo de vida a don Rafael Ángel Mosquera “Macutorio”, sin embrago según me dice el genealogista Odlman Botello que llegó a ser nonagenario; fue un ser reconocido y querido por todos los jóvenes y adultos de aquella bella época. Yo siempre lo recordaré con cariño, incluso le debía esta nota a este gran maestro y amigo. En parte, al igual que mi padre, fue el consejero que me ayudó e hizo valorar la importancia de la lectura, Evocarlo es una deuda que teníamos que saldar y a la vez rendirle tributo de recuerdo.. Que Dios lo tenga en la Gloria.
Oscar Carrasquel. La Villa de San Luís/ 2019.
Fotos propiedad de Editorial Miranda, Revista Expresión.
Escaneo y diagramación por el señor Ramón Alfredo Corniel.
Escaneo y diagramación por el señor Ramón Alfredo Corniel.
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