viernes, 7 de marzo de 2025

EL HATO “TABLANTICO” Y LOS CARABAÑO

 

A la izquierda  doctor José María Carabaño Tosta, lo acompaña J. E. Carrasquel

Dedico a la amistad que me une con Fernando Carabaño Mele y  Miguel Carabaño Mele

 

Por Oscar Carrasquel

 

La añeja fotografía data de principio del año 1950.  El lugar donde fue tomada es el Hato “Tablantico” que ya no existe,  se lo tragó el vaso de la Represa de Calabozo. El latifundio fue propiedad, en esa época, de  don Fernando Carabaño Tosta de una saga familiar villacurana. El encargado y administrador  era nuestro padre José Eugenio Carrasquel, estaba situado al sur de Calabozo en la llanura inmensa y ancha del estado Guárico.

 En los tiempos cuando gobernaba el general Marcos Pérez Jiménez se acordó la compra venta de esta fundación, al igual mandaron a desocupar los hatos vecinos “Uverito”, “Tablante” y  “La Tigra”, de otros dueños, aduciendo el gobierno razones de “utilidad pública”,  para dar continuidad a los trabajos del Sistema Riego Río Guárico. En ese tiempo no se utilizaba la invasión.

En la gráfica está, de gruesos lentes, sombrero alón y ropa de cacería (una de sus aficiones) el reconocido médico internista José María Carabaño Tosta, nacido en Caracas en 1916 y falleció en Choroní, estado Aragua en 1976. En 1983 se le dio su nombre al recién inaugurado hospital del Seguro Social, ubicado en la urbanización San José de la ciudad de Maracay. Allí, en la imagen, el doctor José María está acompañando de  mi padre J. Eugenio Carrasquel, amigos y compañeros de mil batallas. 

La fina cortesía de un hermano me regaló la foto en Calabozo escribió al dorso de la fotografía aparecen unos niños robustos entretenidos entre las piernas de Carabaño y Carrasquel, son los hijos del doctor José María , la verdad es que tienen la misma fisonomía carabañera

En el hato “Tablantico” había un sitio, un gran  potrero, donde se mezclaba el bramido de la vacada y becerros con el relincho de atajos de mulos, yeguas y caballos.

Al franquear   una “puerta de tranca”  debajo de un gran árbol había un molino cuyas aspas giraban día y noche, se llenaba de agua un estanque redondo tipo australiano. El agua por medio de un buco se utilizaba para el servicio de la casa y para abrevar el ganado y animales domésticos y también silvestres.

Se la pasaba una población de gallitos de agua, patos guirirí, gabanes y garzas paletas, y sobre el esplendor de unas charcas que se formaban en la sabana llegaban dóciles venados, lapas, picures y bandadas de váquiros. Mi papá me decía que en un paso  río, donde llaman "monte oscuro" todavía quedaba ganado alzado o cimarróneras.

Yo estaba zagaletón y lo que cargaba en un bolsillo de los pantalones era una navaja. Nos fascinaba ir allí de vacaciones escolares en julio, la familia de quien escribe. A la orilla de dicho estanque por un brazo que salía del tanque, allí nos  dábamos un refrescante baño.

Un viejo llanero llamado don Mónico y su mujer Petra Julia, servían la cena, carne asada en vara, o carne de animales silvestres de esos que da la naturaleza.

A eso de las 8 en las noches de luna llena y cielo estrellado, se salía para el patio debajo de unas arboles de mango, cómodo para platicar y jugar partidas de dominó o barajas. A veces el lugar se convertía en cantos, el sonido de un arpa  o de una bandola llanera.

Los buenos momentos no se repiten, ni se pueden volver a vivir, acaban con matar a uno de nostalgia. No queda otra alternativa que escribir esta breves notas para dejar constancia de esas lejanas vivencias.

Oscar Carrasquel. La Villa de San Luís, Tricentenaria

Foto archivo  Luís Carrasquel.

 

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