Por Oscar Carrasquel
Evocamos
los momentos de nuestra juventud como el que empata un sueño del que no
queremos despertar. Nos fascina reencontrarnos con ese pasado y ese
incendio de recuerdos. Escribirlo para dedicarlo a la generación de hoy,
algo de lo que fuimos los villacuranos del ayer. No son pocas las
promesas y milagros de personas venidas de todos los rincones del país que le
rinden homenaje al Santo Sepulcro de Villa de Cura en Semana Santa. La
segunda expresión de fe más importante a nivel de asistencia, después de la Divina
Pastora en la parroquia Santa Rosa, estado Lara.
Nos asombramos cuando levantan la sagrada imagen en la Casa del Santo. El Himno Nacional y el Popule Meus lo interpretaba la banda Juan de Landaeta bajo la dirección del maestro Víctor Ángel Hernández, poblando de música sacra todos los rincones de aquel antiguo caserón. Iniciamos el recorrido por nuestra calle Real, tropezando codo a codo con aquella multitud de feligreses que avanzan; con una vela en alto alumbrando al Santo Sepulcro, escoltado por la las imágenes de San Juan Evangelista y La Virgen de la Dolorosa. El desfile en la década del 50 era encabezado solemnemente por el cura rector doctor César Lucio Castellanos y de otros colaboradores de la iglesia, también las Lourdistas y Catequistas.
Y uno dando
o esperando la palmadita en el hombro y
el abrazo de amigos que teníamos tiempo sin ver. El acompañamiento lo
hacíamos hasta llegar a la Iglesia parroquial con cánticos y rogatorias. Pantalón
a la rodilla y medias tobilleras.
Ramón Trujillo el hombre del monito cuando llegaba la noche, inflaba unos globos de colores y los lanzaba al oscuro del cielo con una fogata en el centro que ponía las nubes rojizas, para deleite de los observadores. Era también el encargado de lanzar los cohetes de varilla después de la celebración de la Santa Misa.
El respeto al ornato público, a las personas mayores y a la autoridad era sagrado, existía la unión, la comprensión, el compañerismo. No daba pena llevar colgado del bolsillo de la camisa el pendón alusivo al Santo Sepulcro junto con un crucifijo de madera. . Extranjeros y nativos fundían su amor y devoción por este pueblo, sus costumbres y tradiciones.
La única mujer entre los cargadores del Santo Sepulcro fue la legendaria Nidia Ramona García de Gabazú. Ella generaba una gran admiración. La promesa adopta diversas formas, algunos regalaban un cajón lleno de velas. Y entre los palmeros destacó la figura de don Ángel Antonio Delgado, quien subía a las montañas de Virgen Pura buscando las palmas para que fueran bendecidas en la misa el Domingo de Ramos..
Me acuerdo que un escuadrón de aviones Vampiros de la valiosa y recordada FAV, sobrevolaba en cruz la calle Bolívar haciendo una venia de respeto al Santo Sepulcro.
Cuando
eran las dos y media de la tarde, después que el Santo entraba al recinto de la
Iglesia, cada uno retornaba a su vivienda para recibir la
visita de familiares y amigos ... Entonces era posible la reunión en cada
hogar para degustar la comida típica de la Semana Mayor, saborear un
pisillo de:chigüire o bagre rayado desmechado, frijoles y hallaquitas
envueltas en hojas de maíz, y disfrutar de arroz con coco, dulce de cirhuela huesito y
plátano en almíbar, además de una bebida refrescante..
Algunas personas esperaban con ansias las vacaciones de Semana Santa para romper la alcancía, con el carro o camioneta y se iba toda la familia de viaje a la playa, o al llano. Sin olvidar las deberes eclesiásticos. Para nada importaba que fueras rico o pobre. Un trabajador o un empresario.
Aquí nos
veiamos la cara los villacuranos diseminados por toda la geografía
venezolana. La Villa ha sido un espacio de preferencia para gente venida de
otras latitudes, con el espíritu lleno de fe y optimismo, a cumplir sus
promesas año tras año. La Villa hospitalaria con sus pensiones y hospedajes y
excelente comida. Villa de Cura un pueblo bello para vivir y querer. Ningún
villacurano buscaba irse, nadie se sentía forastero, jamás pensamos en ser inmigrantes.
Por eso nos oprimen los hijos que se vieron en la necesidad de irse a
otras naciones a buscar dirección a su vida. Al mismo tiempo que recordamos a
los seres queridos que ya no están, a los amigos cercano que se durmieron en la paz del Señor,
trayendo desolación a la familia. Y entonces las plegarias se vuelven llanto.
También
nos envuelve la tristeza porque todos los años por este tiempo veíamos aparecer
por una esquina de la plaza Miranda, a compañeros de la juventud a quienes recordamos con
cariño, aquellos de las aulas escolares, de cotidiana tertulia en un banco de
la plaza, el juego de pelota en la sabana y de paseos a los ríos. No
pongo sus nombres porque la lista es larga. Ya la mayoría de ellos,
sencillamente se les apagó la vida.
Todo ese periplo lo completaríamos siguiendo el camino de la Iglesia San Luís Rey para recibir la bendición del Espíritu Santo, y escuchar los cánticos de un coro de ángeles que cantaban la misa; de un grupo de jóvenes religiosas "Las Hijas de María"...
Y el
Sábado de Gloria visitar la Casa del Santo Sepulcro.. De cierto, la Casa del
Santo Sepulcro no es la misma. Uno no encuentra que responder cuando alguien de
fuera le pregunta, por qué le fue mutilado un pedazo a este caserón de interés
histórico y patrimonial. Estamos preocupados. Nos han informado la existencia
de grupos que no dejan entrar a otros hermanos a este recinto. .La Casa del Santo Sepulcro simbólicamente es de todos
los que amamos a Dios. Dios es uno solo, un Dios de amor y de paz.
Da un poco de tristeza pero al mismo tiempo se alegra el espíritu recordando estas menudencias de nuestra juventud que la memoria conserva intacta, así tengamos cien años o más, por encontrarnos involucrados en ellas.
Oscar Carrasquel. La Villa de San Luis, abril 2018. Corregido y actualizado en 2024
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