miércoles, 29 de diciembre de 2021

EDGAR MACERO PARTE SUSTANCIAL DE LA HISTORIA RECIENTE DE VILLA DE CURA

 



                        Edgar Macero (veinteañero) foto cortesía de su hijo Leopoldo Macero Alcubilla




                                   Por Oscar Carrasquel

Hoy tenemos la grata satisfacción de traer a nuestra página una parte sustancial de la vida de este popular personaje villacurano querido por todos, quien por sus vivencias, su inteligencia, dueño y chofer de camión y sastre  de profesión, fue muy conocido en toda la  Villa de San Luís en las décadas de los años 40,50 y 60... Edgar Macero  era el nombre de pila, también conocido como “El Niño Edgar”. En esta ciudad nació y fue creciendo en compañía de sus triunfos y derrotas. Un hombre carismático y polifacético.

Edgar Macero abrió sus ojos al mundo en Villa de Cura en 1924,  hijo del doctor Leopoldo Tosta Alfonzo, un célebre personaje útil a la sociedad..Como se recordará .Leopoldo Tosta  fue un estudiante universitario avanzado, ejerció la medicina clínica como un sacerdocio, fue un tropero porque hasta los campos llevaba  sobre el lomo de una mula atención médica y remedios para cuidar y curar enfermos. Hoy día es epónimo de una Unidad Educativa Nacional y de una céntrica calle villacurana.

La madre del “Niño Edgar” Macero se llamaba doña Ernestina Macero, hermana de don Ramón Macero, natural de San Sebastián de los Reyes, también de oficio camionero, cabeza de una familia muy apreciada y querida en Villa de Cura. Fueron en total tres hermanos: Edgar Macero, Ernestina Macero “Minina” y Aracelis Macero.

Me contaron que su padre el doctor Leopoldo Tosta, era muy cariñoso con sus hijos, cuando eran niños los sacaba siempre de paseos elementales en las tardes apacibles, conduciendo un auto Ford modelo clásico 1948, les daba vueltas por el centro de la ciudad y el sector La Alameda Crespo, y los paseaba por los límites de la sabana donde  fue construido el hospital viejo y el estadio de La Aduana.

Edgar terminó su primaria elemental en la escuela Arístides Rojas de Villa de Cura con maestros respetados y queridos en el gremio. No se podía estudiar secundaria en esos tiempos cuando no había liceo en el pueblo, por lo tanto pudo estudiar hasta cuarto año de bachillerato en el Liceo Agustín Codazzi de la ciudad de Maracay.

Al lado de un distinguido sastre en La Villa llamado don Plácido García, aprendió y ejerció algún tiempo el arte de la sastrería. No era extraño verlo, corrigendo tallas, trazando y cortando telas de casimir  en un mesón de madera, y cosiendo trajes a la medida. Ambos trabajaban en el mismo despacho, porque don Plácido era el encargado del Registro Civil. En tiempos pasados la sastrería tuvo un auge  en Venezuela. En La Villa había muy buenos sastres venezolanos y extranjeros.
 
Con el correr del tiempo dejó el ejercicio de la sastrería. Asumió el oficio de chófer de camión... “TRAGEDIA”, fue el sobrenombre que le pusieron. Se lo colgaron porque en todas partes montaba un improvisado taller mecánico, corrigiendo fallas mecánicas al anciano camión. Fue propietario y manejaba un  Ford 600, V-8, de barandas, modelo 1946 , el cual le servía como medio para desempeñar toda clase de transporte. 

El camión poseía una maña vieja, nunca el motor encendía por el suiche de ignición,  sino que Edgar lo ponía a funcionar  dándole vueltas a una manilla por el frente, lo que todo el mundo en la calle veía como una verdadera tragedia, de allí su apodo.  De los bromistas y ponedores de sobrenombre nadie se escapaba, entre los que se contaba su amigo el Negro José Concepción Núñez..

Edgar Macero fue un hombre honesto, simpático, trataba con mucha decencia, flaco, medio encorvado su cuerpo, de copete,  jamas ostentoso, pero vestía bien, la moda de la época era  pantalones tubitos y zapatos  de dos tonos, Muy educado, refinado. Hay que resaltar lo expresado por su hijo Leopoldo que, su padre fue bien parecido y muy enamoradizo.  "Pachuco", porque gozaba de atracción entre las muchachas de la época. 

Ese anciano camión Ford era su soporte económico donde se ganaba la vida, recorría con la unidad el pueblo de La Villa, de punta a punta. Hacía de 2 a 3 mudanzas todos los días. Era genuino para todo, parece que tenía un mapa de la ciudad. De golpe estaba en cada brisa detenida en la parroquia Las Mercedes, en Aragüita o en el barrio Los Colorados. Le gustaba alejarse del centro. Su círculo de reunión más importante era la parroquia Nuestra Señora de Las Mercedes. Allá se sembró entre su gente, donde conoce y se relaciona con la  familia de la que fue su esposa.

Se dedicaba en cualquier día de la semana a transportar enseres de mudanzas, botar escombros y cachivaches viejos, a transportar jugadores de béisbol, a cambio de pocos centavos.  Si la persona era conocida y de pocos recursos, hacía el trabajo  de gratis, aunque también  realizaba mudanzas a familias de alcurnia. Siempre traía algo de dinero en los bolsillos producto de su labor para el sustento del hogar. 

Por la calle Páez de la Villa, diariamente se veía transitar este anciano vehículo con su natural runruneo de fiera...  “Camastrón”, de esta manera lo bautizó el propio dueño, el cual era para él como su familia, su compañero inseparable, la propiedad más importante, sin importarle la lidia que le proporcionaban sus problemas electromecánicos.

Debajo del asiento del conductor cargaba una pesada manilla. El motor con unos dos  manillazos rugía como un toro. Cuando prendía respiraba profundo. Aún recuerdo la frase que le lanzaba “!Estás como una uva papaíto!”, y emprendía la desenfrenada marcha rumbo a su trabajo. Nunca cargaba ayudante sino que se bastaba él solo para esos menesteres. Decían que "Camastro" podía atravesar el río Las Minas cuando estaba crecido. 
En la tarde guardaba el camión en el garaje de su hermano Ramón Macero. 

Macero era un genio cultivando amistades. Tenía una habilidad especial para contar historias. Poseía una fina cultura general, sabía dar forma a su personalidad. Se sabía de memoria la forma como escribían los poetas franceses vanguardistas. Y como él vivía al frente de la Tipografía Morgado, lo ataba una amistad con el poeta José Manuel Morgado, y asiduo a las reuniones en la Peña.

Edgar sentía una gran afición por el coleccionismo de cosas antiguas. Casi nadie sabía que poseía una motocicleta  italiana marca DUCATI para pasear el domingo, la tenía estacionada en el jardín de la casa cubierta con un manto plástico. Después la vendió a alguien que puso un aviso en la prensa de Caracas, donde se leía, "Se compra moto Ducati de alta cilindrada". No hubo reparos para el traspaso.

Edgar Macero vivió apartado de la política pero tenía su corazoncito.  Leopoldo Guevara me cuenta sobre  la ocasión que el doctor Arturo Uslar Pietri visitó a La Villa en campaña electoral, por el partido FDN..En esa oportunidad lo invitó a su casa, a quien solo conocía por su fama. El doctor Uslar Pietri quedó impresionado al observar sobre la biblioteca una voluminosa colección de la revista "El Cojo Ilustrado" (1892-1915),  le pidió que se la vendiera, el ilustre escritor le expresó: "bachiller póngale precio", y enseguida le extendió un cheque para cancelar el compromiso.  

Aquel hombre sencillo, cabal, nada le doblegó el entusiasmo, habitó casa propia acompañando a su madre, por la que luchaba, ubicada en la calle Páez, a escasos pasos de la tienda “Cristo Rey”. A veces se escapaba, desayunaba o almorzaba en la pensión de Juanita Echangarai "La tres lunares", que le quedaba enfrente. Al amigo Leopoldo Guevara quien vuelca su talento como educador, pintor y poeta, le asignaron un cuarto,  era consentido de doña Ernestina como si fuera su nieto. Le alquilaban solo a personas de mayor confianza, 

Fue uno de los personajes mas querido en la comarca. Llegó a ser uno de los consecuentes amigos de mi  papá. Para escribir esta nota tuve que  consultar a muchas personas, al profesor Oldman Botello, a Leopoldo Macero Alcubilla en la ciudad de Maracay, y hablé con su primo Carlos Julio Macero, en La Villa. Y datos de muchos de los que fueron sus amigos.

Consultado su opinión el historiador profesor Oldman Botello,  Cronista de Villa de Cura y Maracay, afirmó que "Edgar, visto en las imágenes tenía un gran parecido físico a su padre Leopoldo Tosta, fue un  estudiante aplicado,  poseyó un saber autodidacta, leía mucho, por eso ostentaba una cultura enciclopédica". Le gustaba guardar fotos, recortes de prensa referente a las letras y al arte en general y coleccionar objetos antiguos. Sentía un gusto excepcional por la música y la literatura. Y un profundo amor por su tierra.

Con el perdón de sus hijos, pero debo decir que, en la fresca edad de la juventud le gustaba parrandear, divertirse; apenas obtuvo la mayoría de edad acostumbraba visitar alcobas de lupanares. Una vez nos habló sobre el célebre  Cabaret "La Cita”,  que en 1950 estaba ubicado a la salida de Villa de Cura antes de llegar a la bomba de Pilato. Jamás se apartó del hábito de visitar ese lugar, aún cuando la madre  le peleaba esas "rochelas".
 
Ya se lo había oído contar en su entorno, pero un amigo suyo de mucha confianza me confirmó que era cliente fijo del “Bar Savery”, un lugar de diversión con normas de buenas costumbres, donde los fines de semana se disfrutaba de música bailable con orquesta,. Se presentaba  trajeado con un  "carnesalá"  a la moda.
 
Pero llegó el día en que se terminó su vida libertina y de soltero, cuando conoció, pudo enamorar  y se casó con la joven Lola Alcubilla de Macero. Del matrimonio sobrevive un solo hijo, Leopoldo Macero Alcubilla. Tuvo un segundo hijo póstumo, Su esposa Lola falleció junto a su criatura en un segundo parto.. Desde ese día su cielo se volvió  oscuro, una verdadera tragedia.

Edgar Macero es también padre de Josefina Macero, Irma Macero, Mario Sánchez, Francisco Sànchez y Elena Utrera. Algunas de sus vivencias me fueron contados por Leopoldo, quien tiene muchos amigos en La Villa, aquí nació, se levantó y estudió bachillerato en el Liceo Alberto Smith.   

De repente la salud de Edgar Macero se quebrantó, le llegó el momento en que no se puede atrasar el reloj.. El 5 de agosto de 2005 se apaga la vida de aquel hombre que derribó tantas barreras, cuando tenía 81 años de edad. Todos sus amigos sentimos en el alma y acusamos el golpe certero de su partida, acaecida en la misma tierra que lo vio nacer, donde sembró amor y amistades. Se le terminaba el tiempo a aquel hombre querido por los diferentes estamentos de la colectividad villacurana del recién pasado siglo xx, y a  quien hoy  venimos a recordar luego de tanto silencio.

Porque sabemos que la vida lo hacía sonreír a cada instante, a pesar de todas las adversidades. El Niño Edgar, si estuviera vivo, de seguro se hubiese  sentido muy acorde que yo cerrara esta crónica con un pensamiento del poeta y cantautor argentino Facundo Cabral que reza: “Cuando esta vida nos presente mil razones para llorar, le demostremos que tenemos una y mil razones para sonreír”. 

Oscar Carrasquel. La Villa de San Luis, septiembre 2019

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