martes, 4 de enero de 2022

PERSONAJES POPULARES DE LA COMARCA DOÑA ISABEL DUEÑA DE UNA CRÍA DE CANES DE PERROS


 

No hay testimonio gráfico. Foto referencial tomada de Internet


Por Oscar Carrasquel



Quien esto escribe no conoce en La Villa otra persona que fuera tan amante de la cría de perros como la señora Isabel..Algunos hogares se precian en tener a estos entrañables amigos de la humanidad. Así sea uno, dos, o más;  lo abrazamos y le damos cariño, viajan con sus dueños a la playa, al campo y la ciudad, en carro o en avión, como si fueran miembros de la misma familia.

En los años 50 en la calle Guárico,  hoy calle Rafael Bolívar Coronado, habitaron el barrio La Represa dos personajes muy apreciados del sector: Isabel y  Antonio (no recuerdo los apellidos); Eran mejor conocidos como "La Sancocho" y "Cagantina". Así de sencillo se les nombraba en todos lados, los dos eran nativos de Villa de Cura.
El sobrenombre lo adquiere la señora Isabel, porque no podía haber dinero en la cartera, pero no le faltaba todos los días una olla de sancocho  de costilla de res, hirviendo en el corral de su casa. No tuvieron tiempo de  contraer matrimonio, ni tuvieron descendencia, vivieron todo el tiempo "encuerados", así le decían antes a una pareja que vivían y se amaban  juntos. Doña Isabel era muy generosa y de buen vivir;  a los niños les repartía, dulces, caramelos, chucherías y refrescos. Esta señora además era imagen y semejanza de ese personaje de la televisión que llaman “El encantador de perros”.

Isabel era dueña de una cría de perros de diversos tamaños, entre ellos dos padrotes de gran tamaño, parecían pichones de rinocerontes; consentidos, vigorosos, nunca pasaban hambre, aprendieron desde pequeños a entender el lenguaje de su patrona. Quería a sus  canes como si fueran de sus engendras. No eran agresivos pero sí celosos guardianes. A la dueña se le derribaban encima todos al mismo tiempo y ella los abrazaba, acariciaba y consentía, conocía de memoria el nombre de cada uno. Entre las cosas que logro recordar, uno blanco puro atendía por el nombre de “Campeón”, otro se llamaba “Tarzán” y "Sultán", fieles como unos hijos, por donde quiera que se echara a rodar la señora, la hilera de perros andaban detrás escoltando a su dueña. Si alguno se consumía y moría, la doña se conmovía, lo enterraba en el solar. Así mismo nos pasó a nosotros con la inolvidable "Greta",una negrita guardian, cariñosa y fiel.

Antonio, era un hombre pequeño de tamaño,. Isabel en cambio era una mujer alta, delgada, vestida de falda larga, sin estética, sin maquillaje; recuerdo que mi mamá le confeccionaba los vestidos, Isabel era fumadora cotidiana  humeaba marca Capitolio con la candelilla para dentro rozando la lengua. Su faena cotidiana consistía en tejer capelladas para los alpargateros en un bastidor de madera, y además, familiarizada con la cocina. En el patio había una lata mantequera “Los Tres Cochinitos”, montada sobre tres topias, atizada con leña, repleta de sancocho que  compartía con toda la familia canina.

Antonio, desde muy joven fue chofer de camión del almacén de Martín Hernández, dicho oficio lo paseó por distintos pueblos del llano guariqueño y apureño. Era idéntico al alumbrado eléctrico de hoy, llegaba y se iba a cada momento; los amigos de la casa le hacían rueda alrededor de una hamaca.  Un catire bohemio del barrio “La Represa” de nombre Pedro Viña, coplero improvisador y buena copa, bajaba con un cuatrico en la mano y le proveía la música para alegrar el ambiente. 

Marido y mujer se la llevaban muy bien, apegados a beber la refrescante y exquisita cerveza.  Antonio, a quien no le avergonzaba en nada su tamaño, era muy enamoradizo; amigo de tirarle piropos a las damas, se olvidaba que a Isabel  le molestaba su actitud, por esa motivación entraban en discusiones en la vía pública. La escaramuza no pasaba a mayores.

La pareja por la tarde-noche acostumbraba a refugiarse en el "Bar Deportivo” de Pompilio Martínez, , donde se entregaban a oír música de rokola, y aprovechaban los sábados, para  elaborar y sellar sus cuadritos del 5 y 6,. Allí también permanecía la manada de perros, esperándolos, echados al lado de las puertas batientes del bar, hasta que decidieran salir su dueña ya avanzada la noche.

No recuerdo cual de los dos se marchó de esta vida primero. Hace más de medio siglo que duermen el sueño de la eternidad. Atrás quedó aquel mundo creado por ellos y cuyo recuerdo no lo ha podido borrar el tiempo.

Oscar Carrasquel, La Villa de San Luis, Tricentenaria


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