jueves, 10 de noviembre de 2022

DON VICTOR ROJAS ESÁA "WASHINGTON" DE LOS PRIMEROS HABITANTES DEL BARRIO LAS TABLITAS

 



Don Víctor Rojas. Para algunos "Mastro Victor y "Washington" para sus amigos.



Por  Oscar  Carrasquel



Víctor Manuel Rojas Esaà, siendo todavía un muchacho soñador conoció aquella vieja Villa de Cura, desolada, tranquila y pastoril, de calles enripiadas, sin energía eléctrica, cero acueducto, de primeras décadas del siglo xx. Fue un hombre de pueblo, trabajador incansable, padre de familia. Aunque no era nativo de Villa Cura, sin embargo era muy conocido en el barrio Las Tablitas; donde luchó al lado de su familia buscando un mejor destino. Fue testigo del nacimiento de esta populosa barriada y por tanto uno de sus más antiguos pobladores.

Víctor Manuel vino al mundo en la ciudad de Valencia finalizando el siglo xix, en el gobierno del general Cipriano Castro. Sus padres fueron María de Jesús Esaà y Federico Rojas, oriundos y vecinos de la capital carabobeña. Desde muy joven llegó y se radicó en Villa de Cura, sin saber que acá  se sembraría para siempre..

Víctor Rojas Esaà, se casó en Villa de Cura con la villacurana Rosa Margarita Picot, tuvieron cinco hijos, dos hembras y tres varones, después la familia se prolongó en nietos y bisnietos; todos sus hijos a quien la pareja les brindó todo su protección y abrigo nacieron en Villa de Cura, fueron ellos: Guillermina, María Marcelina -a quien se conoció siempre como  “doña chela-; Martin Emiliano, Julián y Eustoquio Jorge.

Víctor Manuel, fue un hombre caballeroso, escrupuloso, pulcro, acostumbrado a vestir pantalones de lino bien aplanchados y blusa abierta de arriba hasta abajo, zapatos negros hechos a mano y sombrero marca “Cabaliero”, ala corta, distribuido por la "La Tienda de Cuadros". Don Víctor siendo un joven veinteañero, en las tardes sabatinas se le veía por la calle vestido de liquilique  de lino blanco  impregnado de la parisina fragancia Jean María Farine, luciendo  sobre su cabeza una  “camarita”, de las que usa el grupo musical “Los Antaños del Stadium”... "Magallanero hasta la muerte".

Ya entrado en años en la década de los años 50 y 60  vivió siempre atrincherado en su trabajo, pero también era bohemio por naturaleza,. además vivió envuelto en una ilusión y el deseo de que algún día  conocería a la capital de los Estados Unidos. .Por eso VMR le puso ese sobrenombre. Uno lo encontraba en la calle y lo saludaba con esa especie de piropo ¡"Washington" ¡ y el enseguida repicaba  ¡"Washington"!.  

El oficio primordial que desempeñó en el transcurso de su vida es bastante viejo y tradicional en Villa de Cura... "Mastro Víctor" también le decían a este laborioso talabartero de larga experiencia,  nunca se quejó de que estaba cansado, dedicado todos los días a la fabricación artesanal de fustes de madera, en aquellos días cuando la economía de nuestro pueblo era muy precaria, y escaseaban las fuentes de trabajo.

Por todos es sabido  que el  fuste, es una pieza esencial del armazón de una silla de montar caballo, es como decir su espina dorsal.  Nuestro pueblo  es muy conocido en todo el ámbito nacional porque acá se hacen las mejores sillas de montar a caballo y aperos en toda Venezuela, lo que nos debe llenar de complacencia y orgullo. Poetas, cronistas y compositores de música llanera se han ocupado de recoger este criterio en sus composiciones literarias y musicales

Pero antes de ser carpintero de fustes Don Víctor tuvo otra ocupación primordial, trabajó la herrería y la mecánica de autos en el taller  de  Don José Manuel Albert, que fue casado con doña Trina Linero Delgado, quien tenía su taller por los lados de “La Jabonera” en la antigua calle “El ganado”, hoy Avenida Lisandro Hernández.

Cortando y escofinando rolas y trozos de madera a mano conocimos al afable Víctor Rojas en la carpintería de Don Hermógenes Rodríguez, en la calle Páez cruce con Doctor Manzo; desde entonces sus manos se volvieron  ásperas y callosas. Sus  compañeros que laboraron junto con él, no le llamaban “Washington”, sino “Mastro Víctor”, por respeto. La vida le dio la oportunidad de tener allí como nobles compañeros de trabajo a  Félix González apodado “El Niño”; Antonio Isaya a quien le decían “El Mono”, a Miguel Ascanio y a don Hermógenes;  agréguese a  don Luis Albert, un catire descendiente de inmigrantes, muy conocido porque siempre andaba metido en un flux de gabardina de color beis, incluso cuando estaba labrando madera frente a su banco de trabajo, como que iba para el Club..

La técnica y reciedumbre de su labor la desarrolló también en la talabartería “Venezuela”, fundada por el conocido empresario Reinaldo Silvera, en pleno centro de la comunidad de “Las Tablitas”, una factoría reconocida, no solo en el territorio nacional sino fuera de sus fronteras, ya que sus productos fueron comercializados para el extranjero.

Su largo transitar por donde se paseó en la vida estuvo lleno de anécdota,. “Washington”  era un hombre optimista y de buen carácter,. era un hombre que quería a la vida  Nunca sufrió de complejos, ni tampoco le paraba a aquello que dice que “Muchacha no quiere a viejo”;.  Le gustaba visitar cantinas atendidas por mesoneras.. En sus días libres y los fines de semana  frecuentaba el conocido “Bar Deportivo” de Pompilio Martínez, el más concurrido del barrio “La Represa”. Él sabía de memoria que entrar a este bar  era encontrarse con una rockola con un inventario de boleros  de los años 50 y 60.

Hubo un tiempo  que la  rokola tocaba 5 discos por un bolívar, la música preferida eran los tangos, pero también se complacía escuchando temas románticos interpretados por el Trío los Panchos, Daniel Santos, Odilio González  y Julio Jaramillo. No pude averiguar la razón, pero me consta que la canción que más le hacía feliz era un bolero titulado “Una Copa más”, en la voz del bolerista dominicano Alberto Beltrán, con el acompañamiento de la Sonora Matancera. 

Quiero recordar una anécdota y me perdonan sus nietos, el maestro Víctor en el fondo de la noche, cuando todo quedaba en silencio le introducía un bolívar a la rokola para remarcar cinco veces seguidas el bolero “Una Copa más”. : 
“Muchachos escuchen… su papá está en el botiquín de Pompilio", decía doña Margarita. De dos manotazo abría las portezuelas batientes de la cantina de Pompilio y se venía por el medio de la calle con su perorata: “Washington, la gran capital”, como sumido en un mundo construido a su medida.

Hubo un momento que don Víctor ya apaciguado por los años tuvo necesidad de dejar a un lado la fuente primaria de su labor y se fue acercando a la repostería. Me refiere su nieto Elio Agraz que su abuelo marcó pauta en la elaboración y venta de la popular jalea de mango verde, cuyo conocimiento y técnica heredó de antiguos maestros entroncados en la misma familia. Todavía se recuerda que en los  barrios Las Tablitas y La Represa vendía el tradicional dulce que fue de mucha demanda en esa época.
 
El señor Víctor el popular  “Washington”, fue un hombre de figura campechana, respetado por todos, desprovisto de vanidades. Gracias a Dios me conté entre sus amigos. El 05 de julio de 1971 la muerte con su guadaña le llegó en la noche, de manera repentina, le llevó la vida, lo único que el viejo artesano poseía. 

No sé porqué, pero mi alma hoy amaneció evocando a este gran amigo, poseedor de varias facetas, familiero, francote, bohemio, ronero de la marca Santa Teresa (que no era ningún defecto), Honesto a toda prueba y trabajador, quien se marchó a la eternidad sin haber visto cumplido su sueño de conocer a la gran capital  de los Estados Unidos, a la que tanto alabó y cuya sola mención lo llenaba de satisfacción y alegría. El epígrafe en su tumba de silencio debería rezar: “Aquí yace Víctor Rojas el popular “Wanshigton”.




Oscar Carrasquel. La Villa de San Luis, octubre 2017



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