Doña Matea Galindo. Foto archivo. Rectificada por Alfredo Corniel
Por Oscar Carrasquel
De esta dama, madre de nuestro recién
desaparecido amigo Rafael Rodríguez Galindo, cuyo nombre completo era Matea
Ifigenia Galindo de Rodríguez es poco lo que conocen las nuevas generaciones,
bastante la tratamos desde que éramos infantiles. Evoco aquellos años mozos y
nunca dejaré de recordar su trato amable de tantos años, una dama de buen
carácter, con su rostro siempre risueño y la bondad enterita. Hoy ha vuelto a
surgir su nombre en la pantalla de los recuerdos;
una madre que junto a los suyos habitó una
casa solariega por la calle "el ganado" hoy Lisandro Hernández,
que en ese tiempo todavía no estaba pavimentada. Y sobre todo porque después
que se conoció con nuestra madre, trabaron amistad y compañerismo,
tuvieron la dicha de compartir la ilimitada dedicación al mundo de la costura,
soñaban y se ayudaban recíprocamente. Para nosotros tenía el igualitario
sentimiento de otra madre.
A esta matrona la comparo en apariencia
y condiciones humanas con María Inocencia Flores de Carrasquel. Muy buena
costurera fue la señora Matea Galindo, creativa tanto en su arte de coser como
en la pobreza. La comienzo a buscar en la memoria y puedo resumirla como
una mujer muy seria, cariñosa y trabajadora, bondadosa y digna de admiración,
de tez morena, baja de estatura, de rasgos indígenas, de pelo
largo hasta casi la cintura. Doña Matea fue del tamaño de su paso por la vida
porque la muerte le apareció a edad temprana.
Nacida en 1918 en la comunidad del
Cortijo en la cuenca del Río Tucutunemo, a 5 kilómetros al noroeste de
Villa de Cura. Hija de Luisa Galindo, de vida doméstica y del agricultor Sixto
Carmona. Tomó estado con Marcos Rafael Rodríguez Barrios, hijo de Rosendo
Rodríguez y Fabiana Barrios, se conocieron en sus años moceriles. Ejerció
de costurera toda una vida cosiendo en una máquina Singer de pedal, la negrita, desde que clareaba el día hasta
altas horas de la noche entregada a su incansable labor.
Acometió con mucha destreza su
labor, su técnica consistía en tomar la medida directa de la ropa de la
persona, para después llevarla con intelecto a la tela, nunca
usaba patrones de cartón como era de ley; cortaba en el extremo de una larga
mesa de madera; trabajaba con telas de marca, como lino cien blanco, kaki
y gabardina. Su fama creció en La Villa como buena costurera.
En aquellos años 40 apenas estaba
llegando a La Villa la era de la energía eléctrica, La sala la iluminaba la
mortecina luz de dos bombillos, y eventualmente se alumbraba con una lámpara a
base de kerosene. Cuenta su hijo, el ingeniero Rafael Rodríguez, con un gran
sentimiento por dentro, que durante largas horas nocturnas podía
escuchar el "chas, chas" cosiendo en su máquina envuelta en un
silencio profundo. Fue costurera de confianza de labriegos que llegaban de las
aldeas aledañas a Villa de Cura hasta que el pueblo empezó a cambiar.
Don Marcos Rodríguez era un hombre
flaco, fuerte, muy dinámico, desempeñó muchos años el oficio de maestro
albañil, nacido en 1890, era ciego pues perdió el sentido de la visión a los 45
años de edad, sin embargo, sabia de sobra por donde andaban sus
pasos. Ejerció la agricultura, cultivaba él solo un conuco en el sector de
Los Tanques, con la única ayuda de los hijos varones, una vez que salían del colegio y los fines de
semana, para ayudar al sustento de la casa. Los muchachos fungían de
lazarillos. Todos los días atravesaban a pie la sabana, transitaban ese camino
acompañando y guiando los pasos a su padre.
Producto de este matrimonio nacieron:
José Vicente, Rafael, Carlos Ponciano, Gonzalo, Luisa Amalia, Néstor, Carmen, Hilda y Delia. Para la señora Matea no
había obstáculos ni imposibles que valieran, siempre tuvo tiempo para
todos. Rafael se gradúa de bachiller en el Liceo Alberto Smith, me cuenta su
amigo el profesor Raúl Aular que fue el mejor estudiante, muy aprovechado.
Don Marcos y doña Matea siempre compartieron la idea que sus hijos pudieran estudiar y llegar lo más lejos posible. Ese empeño y voluntad de marido y mujer aferrados a la esperanza que sus hijos estudiaran, hizo que finalmente, Rafael, nacido en la Villa de San Luís el 6 de septiembre de1939, ingresara a la Universidad donde se gradúa de Ingeniero Forestal en 1961, egresado de La Universidad de los Andes; después de graduado su profesión la desarrolló principalmente para el Ministerio del Ambiente en la conservación de la reserva forestal de Uverito, entre Anzoategui y Monagas en el oriente del país; me hablaba que Uverito es el bosque artificial más grande del mundo. Vaya a ver lo que hoy. Desde la adolescencia se dedicó a conocer la historia del budismo a través del Zen Rodai Shin. Carlos Ponciano fue Ingeniero Agrónomo de la UCV y José Vicente obtuvo el título de Maestro Normalista, se desempeñó en las escuelas públicas de Villa de Cura toda su vida.
Doña Matea era quien sacaba tiempo para
asistir a las convocatorias de profesores, padres y representantes en la
escuela Arístides Rojas y en el Liceo Alberto Smith en donde estuvieron
estudiando los muchachos. La verdad es que el matrimonio acostumbró a todos sus
hijos a trabajar desde pequeños, apoyaron el esfuerzo de sus padres realizando
oficios del hogar, tales como hacer labores en la cocina, moler maíz, servir la
mesa, lavar platos, barrer. También se entregó a enseñarlos a que la ayudaran
en la costura, Rafael ya sabía bastear, pegar botones y coser ruedos.
Además realizaron actividades de crianza de gallinas y cerdos
enchiquerados. Parte de aquellas labores domésticas consistía en la
crianza y manejo de un corral lleno de chivos, atrás en un espacio del patio.
Cuenta el ingeniero Rafael Rodríguez
que “hembras y varones aprendimos a tejer capelladas
en un telar en casa, trabajamos mucho tiempo para la alpargatería de don
Enrique Flores. Bs 6 era el trabajo de un día. De este producto los muchachos
recibíamos un real para asistir al cine El Corralón, lo demás lo
ingresábamos para los gastos de la casa". Es bueno señalar que nunca
los venció la escarmiento ni el desaliento. Todo lo contrario el trabajo lo
hacían con entusiasmo.
La casa materna, aún se encuentra instalada a
la orilla de una ancha y moderna avenida. Sombreada de unas matas de
almendrón y un patio grande, al lado quedaba el negocio con cancha de bolas
criollas “El Pan Pan”.
Así fue transcurriendo la vida de esta
matrona hasta que en 1960, (faltando un año para graduarse su hijo Rafael). En
unas vacaciones de Semana Santa, madre e hijo se confundieron en un
interminable abrazo de despedida aquí en La Villa. Mayúscula sorpresa la que se
llevó Rafael al llegar a Mérida buscando culminar sus estudios,
al abrir un telegrama urgente se encontró con la fatídica noticia de que había
fallecido su mamá de forma repentina. "La noticia peor que yo
haya recibido en la vida", nos los dijo pensativo.
Rafael heredó de doña Matea Galindo, no
solamente su estatura y parecido físico, también su resistencia, su
coraje, casta, y también su bonhomía. Don Marcos, el hombre
invidente, quedó a la cabeza de la familia con el apoyo de todos sus hijos. No
fue necesario que pasara tanto tiempo para darse cuenta la falta que hace en
casa una buena esposa y una madre.
La muerte siempre en acecho llegó de
manera repentina y se acabó aquella vida todavía
útil con escasos 47 años de edad. Al final sentimos un escalofrío en el
cuerpo y en el corazón al no comprender cuál es la verdadera misión de la
muerte y su inmenso misterio. Doña Matea siempre merecerá de nuestra
familia infinitos recuerdos.
En resumen, su día final queda plasmado en un poema que le
dedicó, con su cariño tan constante, nuestra querida y admirada poeta Rosana Hernández
Pasquier, así fue lo que escribió la poeta:
La
mujer lloró sin consuelo
El
día que su hijo se despidió
Exhibía
disminuida voz
Sonaba
a cuenco roto
Nadie
comprendía el por qué
Era
un viaje de rutina
La
madre tenía la certeza
No
se sabe qué voz la advirtió
Que
no volverían a verse jamás.
Queda
demostrado que en la vida solo hay una mujer irreemplazable, esa que desde
que se nace llamamos mamá. De nada vale luchar contra el destino, de cualquier
forma las hojas verdes se llegan a secar y se las lleva el viento. Qué decir de
esta madre que se llamó Matea Ifigenia Galindo de Rodríguez que no haya salido
del cuerpo y el alma. Descanse en paz señora Matea al lado de nuestro amigo y
hermano Rafael; de Carmen, don Marcos, Ponciano, Salomón (hijo de don Marcos), Gonzalo
y José Vicente. Llena sigue la casa
materna del retumbo de sus voces.
Foto archivo Rosana Hernández Pasquier
Nuestro
amigo Rafael Rodríguez Galindo falleció en Caracas el 4 de febrero 2023, había
dormido la noche entera, había soñado con el paisaje, boscoso de Uverito y con
la mesa de Guanipa . Murió contento con su eterna sonrisa, “sus ojos se
cerraron” en el regazo de su amada hija
Anabel Rodríguez Ríos.Jamás se olvidó de su terruño natal..
Oscar Carrasquel...La Villa de San Luís
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