miércoles, 30 de noviembre de 2022

HACE 52 AÑOS SE APAGÓ LA VIDA DEL NEGRO JOSÉ NÚÑEZ

 


              José Núñez. Foto archivo rectificada por el retratista Ramón Alfredo Corniel




                                                                         Por Oscar Carrasquel


Me satisface en esta oportunidad entregar con placentero gusto esta nota sobre este personaje villacurano integral de formación ciudadana. Más que un ejercicio literario  es una deuda del corazòn. En el seno de nuestra casa paterna villacurana fue el "Negro" José  Núñez, como le llamamos familiarmente, un ser muy especial y querido. En casa todos lo respetábamos y  lo teníamos como familia. Todo indica que  su madre doña Virginia Núñez tuvo una amistad de mucha cercanía y de paisanìa guariqueña con nuestra madre María Flores de Carrasquel, lo cual  la convirtió honrosamente en tía de nosotros los hermanos que como tal le pedíamos la bendición..

Protegido siempre por el calor de la madre doña Virginia Nuñez, recién llegada su progenitora del llano habitó una casa  en la calle doctor Manzo en Villa de Cura, entre  calles Miranda y Sucre; al lado de la familia del maestro de casas el señor José Morales, donde transcurrió su infancia y adolescencia.

No se me hace nada difícil hablar sobre este personaje. .En nuestra casa quisimos mucho al “Negro Núñez”, y ese cariño tan especial era reciproco, algo así como el hermano mayor de palabra sabia que aconseja y proteje. A estas alturas nos enorgullece  haber seguido siempre su ejemplo y su conducta. Nacimos en el mismo pueblo y junto a su familia crecimos.
 
Su nombre completo era José de la Concepción Núñez. Fue el nombre que le puso doña Virginia por haber abierto los ojos al mundo en Villa de Cura un  8 de diciembre de 1924, día de la Santísima Virgen de la Inmaculada Concepción.

En conversaciones en nuestra casa conocimos que el padre de José Núñez fue el distinguido ciudadano don Plácido García, sastre de profesión y al mismo tiempo modesto servidor público, jefe de la Oficina de Registro Público del otrora Distrito Zamora, por más de tres décadas. Tanto  su renombrado taller de sastrería y aquella oficina pública se movían en un mismo espacio en la misma casa por la calle Comercio, frente a la Gruta Nuestra Señora de Lourdes. Bien recuerdo a mi mamá  en aquellas tardes tranquilas de conversa, mientras pedaleaba su Singer, me contaba  que don Plácido García, lo consentía y quería mucho y siempre sacaba tiempo para la tertulia y el consejo oportuno, donde no escaseaban cuadernos y libros y otras necesidades del muchacho.
Desde pequeño anduvo metido en un salón de clases, mirando al mundo a través del cristal de la alegría y la ternura. Sin embargo José casi no supo de juegos infantiles. Estudió la primaria completa en la Escuela Arístides Rojas bajo la rígida disciplina  del músico y pedagogo don Víctor Ángel Hernández. Escasa reprimendas recibió de la maestra calaboceña de primer grado misia María Amparo de Rodríguez. El bachillerato lo empieza a cursar en el liceo Germán Roscio de San Juan de los Morros. Esto me lo cuenta don Félix Hernández Castillo que  fue su compañero de liceo junto con Edgar Macero. Completó la secundaria en un colegio para varones regido por sacerdotes diocesanos, internado por don Plácido García en la ciudad de Calabozo. Su padre muere cuando estaba graduándose de bachiller. lo que lo obligó a regresar a su campiña aragüeña, por este motivo no pudo seguir estudios superiores. Entonces decide inscribirse en la  Escuela de Artes y Oficios en Villa de Cura donde aprendió Contabilidad o Teneduría de Libros. 

Ya mayor de edad,  con estas credenciales y la elegancia de su caligrafía, fue un tiempo reputado contabilista de las firmas comerciales de Villa de Cura, solicitado por las firmas Francisco Álvarez Rodríguez, Froilán José Aguirre, Manuel Melo y Antonio Silva.  Pasado el tiempo comenzó a trabajar como contabilista de mucha confianza en el almacén de Don Norberto Ramón Vásquez, por los lados de La Alameda.  Allí se vendían víveres para surtir al comercio menor de la población villacurana y del llano, y a la vez funcionó en el mismo local la fábrica de alpargatas marca “El Abanico”.
 
Al cabo de algún tiempo trabajó para el almacén de Tomás María Hernández, sucesores, ubicado en la calle Páez, bajo el mando de los hermanos Josè Rafael y Falito Hernàndez. Fue  Agente Viajero de esta importante casa comercial y en ese desempeño tuvo que andar por muchos caminos del estado Guárico y  el sur de los valles aragüeños, convertidos en su rumbo de trabajo cotidiano.

Doña Virginia Núñez, su madre, era natural de El Sombrero, capital del municipio Mellado del estado Guárico. A Villa de Cura llega hacia las primeras décadas del siglo XX.  Una mujer hecha para la brega, una llanera alebrestada, acostumbrada a los tiempos buenos y menos buenos, y a las pruebas del destino.

Era una mujer obesa, irascible,  recia de carácter, pero con la ternura de la mujer llanera. En un altar veneraba un cuadro coloreado de  Nuestra Señora del Carmen, patrona espiritual de El Sombrero. Aprendió con las “viejas” que la criaron allá en el llano a fabricar toda clase de dulces criollos para la venta. Muy reconocida en La Villa por las hallacas navideñas que hacia todos los fines de semana. Sus clientes mañaneaban los sábados buscando sus hallacas y tamales. Madrugaba todos los días para poner en venta en los negocios las arepas asadas en budare y en fogón. Nuestro hermano mayor  Josè Eugenio las salía a repartir y vender en el vecindario, siete unidades por un real. Una mujer de una gran fortaleza corporal. Pertenecía a una raza de mujeres bregadoras. Gracias a sus condiciones físicas ella sola alzaba un lechón que había sacrificado para luego rasparlo sobre una mesa de madera.

En su casa tenía un hermoso jardín de vistosas flores y el patio sembrado  de naranjos. Le importaba poco que no llegara agua por medio de la tubería de acueducto, pues en el centro del solar había un  jagüey o aljibe de aguas cristalinas que surtía a toda la casa y mantenía fresco el solar amenizado de cantos de pájaros. Recuerdo muy bien que se tomaba agua  fresca y cristalina que destilaba de una piedra de tinajero verdecita de musgos. En una máquina de moler “Corona” molía el maíz ya pilado y salcochado para obtener la masa para las arepas y preparar las hallacas.

El “Negro” Núñez fue una de esas personas que despertaba en todos el deseo de tenerlo como amigo, porque tenía un don especial para tratar a la gente. Su entusiasmo y alegría daba gusto. No tomaba licor pero era un voraz consumidor de tabaco, no le faltaba un “Habano” cubano bailándole entre los labios. Era un hombre de contextura gruesa, de piel morena, pelo enroscado, cara de manzana , cachetes abombados, parecido a la madre, inspiraba respeto, aunque tenía una vista especial para poner sobrenombres, de esos que no se quitan nunca. Cualquiera endulzaba sus penas con su jocosidad. De sonrisa amplia. Cuando el chiste era bueno soltaba una  centelleante carcajada jamás borrada de mi mente. Fue un personaje amable, simpático y muy querido en La Villa. De probada honestidad que  todos reconocían en La Villa y otros pueblos.
  
Ocupó la atención de mucha gente del conglomerado por su carisma. Entre sus más íntimos  amigos cercanos en el afecto no puedo dejar de mencionar al yaracuyano Humberto Blanco y sus hijos Humbertico y Rebeca; Pedro Ezequiel González, Doña Hilda Romero de González y su hija Yajanira que era su ahijada; Jesús María Blanco, Félix Hernández Castillo, Inocencio Adames Barrios, Germán Cordero Padrón, Luis Nieves, Leandro Nieves, Ramón Vásquez Montaña, Víctor Hernández Ramos, Alcides Álvarez, Rafael Ortega, Félix Montaña, Teodoro Maury, Arístides Melo, Manuel Melo, Antonio Moreno, José Manuel Morgado, el “Negro” Testamar, Luis Manuel Botello, Oscar Morgado y otros que sería muy largo de enumerar.

Sacó tiempo para el juego de béisbol, Núñez. En su juventud aprovechaba los ratos libres y los días domingos para participar en un juego  de apuestas conocido como  "Pelota  Caimanera”. “El Negro” ocupaba una buena posición en la alineación porque era un temible bateador de líneas largas. Su compadre Pedro Ezequiel González, el escogedor de la partida, lo seleccionaba de primer lugar, siempre lo colocaba en la primera almohadilla y de cuarto bate en el lineup para aprovechar su bateo. El Negro fue un frenético Magallanero y en todas partes demostraba su fidelidad por esa divisa del béisbol profesional en Venezuela.

En este laborioso conglomerado se enamora y casa  con  una de las muchachas más hermosas y atractivas de la época, vecina de calle doctor Urdaneta,  amigos de la cuadra larga, llamada Hilda Álvarez, nacida en tierras guariqueñas, de Valle de La Pascua.. Quizá  la que mejor  conoció sus sueños, aciertos, derrotas, sus rutinas y cansancios. A La Villa llega Hilda siendo  pequeña de la mano de su madre Rosario Álvarez , en compañía de su hermana Josefina “Chepina” Álvarez y de Rita Álvarez. Se hizo mujer en este pequeño valle  y encontró en José Núñez el amor para toda su vida, ese que llaman eterno y se vuelve llama en el alma, de cuya unión nacieron ocho hijos: Rosa Elena, Edith Virginia, Hilda del Rosario "La Negra", José Rafael "Cheo" (fallecido en un accidente de tránsito el 2003), Rebeca Josefina, Aidee Columba ·"Chilin", Luisa Elena y Rafael Enrique. Ellos se encargaron de acrecentar la familia en 14 nietos y 12 biznietos.
 
Habitó la pareja Nuñez Alvarez y levantaron a sus hijos en dos direcciones, primero en la calle Miranda, a 100 metros de distancia una casa de la otra, luego cambiaron de domicilio para la calle Sucre. Sabido que algunos se residenciaron ya crecidos en la capital de la República. Hilda de Nuñez fue una demostración de empeño y dedicación al lado de su esposo y sus hijos, esta gran mujer fue una verdadera heroína del deber.

Hoy tuvimos el honor de tener de frente a su hija, la profesora Hilda Núñez Álvarez de Rosales, conocida mejor en el ámbito familiar como “La Negra”, con quien dialogamos lo suficiente, retrotrayendo el largo  tiempo transcurrido; una mujer que en la vida ha sabido avanzar, convencida que el mundo gira y que nada bueno es eterno. En medio de una  herida que nunca cicatriza recuerda muy claro a la figura de su padre trabajando con voluntad y con fe, esposo ejemplar, padre amoroso y consecuente. Lo evoca sosteniendo en sus manos un viejo retrato de su papá, con sus ojos humedecidos en lágrimas.

El Negro Núñez murió prácticamente en la plenitud de su vida el 15 de diciembre de 1970, pocos días hacían  que había cumplido  los 46 años de edad, víctima de un fulminante ataque cerebro cardiovascular que a todos nos dejó sobrecogidos y con asombro, no fue fácil asimilar ese dolor. Refresco estos días de fin de año, aún le recordamos y lloramos su ausencia.

Lamentablemente todo inicio tiene  su final, su tiempo de duración. En Villa de Cura, en la misma  tierra donde doña Virginia le dio  luz. lo crió y lo entregó para la vida, entrando al viejo cementerio municipal de la calle Comercio, cruzando a la izquierda, bajo el ramaje un samán en un silencio de soledades, allí  reposa su osamenta.

Que Dios lo tenga en su santo lugar-..



                            Oscar Carrasquel, La Villa de San Luis, 15 de diciembre 2020  

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