martes, 12 de agosto de 2025

LA “LOCA AMPARO" Y SUS FRAGILIDADES


 


 
Dibujo por el poeta y artista plástico Fernando Olivo.- Coloreado por Félix Humberto Herrera 


                                                  Por Oscar Carrasquel


Esta es la verdadera historia de LA LOCA AMPARO, no me la contaron,  la viví moviendo los pasos por ese camino de mis años mozos. Se trata de una señora que deambuló las calles de Villa de Cura  a mediados del siglo xx.... La cruz que llevaba a cuestas la pobre Amparo era una cruz bastante pesada,   de   profundo dolor humano, sobre un hecho que marcó su vida de mujer madre.

Desde cuando yo era un muchacho, tuve conocimiento en Villa de Cura de la llamada "Loca Amparo".  Mucho se ha oído hablar de ella, por eso la traigo a la memoria. Cuando yo la vi por primera vez era una mujer flacucha, de regular estatura, andrajosa, ya entrada en años.

Cada día se veía deambular por la calle Blanca (hoy Miranda), con su andar lento, con la risa que acostumbraba, sollozando por la acera, conversando con las paredes, como dibujando un mapa que solo existía en la amargura que estaba sufriendo.

De Amparo, nadie supo cómo llegó a la Villa, tal vez oriunda de un lugar lejano, quizá de la mano de algún transeúnte que la abandonó, o de una estrella caída del cielo. Hay quien dice que era oriunda de San Juan de los Morros. Uno de estos días se me acercó alguien y me dijo que era nativa de Villa de Cura, vivía por los rumbos de la calle El Ganado. Creyó ella que, refugiarse en cualquier rincón de la urbe la haría feliz.

Amparo era una persona disminuida de la razón, trastornada de la mente, sufría de manifestaciones delirantes, perro jamás  ejercía violencia contra las personas. De su mente enfermiza brotaban frases disparatadas pero sin vociferar groserías. Le encantaba ver a los niños cuando jugaban al regresar del colegio. Aunque los infantes por su aspecto famélico le huían, por grima, por miedo, o las dos cosas juntas. Le seguía los pasos todo el tiempo  un perrito  como una mascota oliéndole los fustanes.  

Amparo era una mujer de vestir andrajoso, sin embargo siempre andaba cubierta, vestida completa, bien protegido su cuerpo, jamás buscó coger carretera o refugiarse en parajes solitarios.

Aquellos que nosotros llamamos "loco" son personajes folclóricos  cuyos pasos se pierden en la vida de los pueblos, con su andar lastimero, sin que nadie se apiade de ellos, derrotados; pero en resumidas cuentas son constructores  de la historias pequeña de los pueblos. 

Amparo, era una persona inofensiva que no daba muestras de locura...Quizá quedó trastornada por creer en el amor puro, un psicólogo muy inteligente decía: "Enamorada del amor... el amor ya es una locura".  

Se quedaba mirando a las madres en la calle que llevaban un niño paseando en un coche, o en el regazo, y dibujaba una sonrisa triste de larga penumbra, los domingos envolvía su cabeza en un pañolón blanco que se colocaba en forma de velo, semejante a las señoras que pasaban para la misa.

De los días cuando era joven y buena moza, le quedó un par de aretes cobrizos que le colgaban del pabellón de las orejas. Siempre vestía un largo camisón de crehuela unicolor (rosado o negro) que le llegaba hasta los tobillos, mugriento, con hedor a tierra mojada.. Las hebras de cabello le caían al lado izquierdo de la frente.

Las señoras en las casas donde llegaba  le regalaban rosas de los jardines que ella colocaba sobre su pelo, disfrutando de su color y perfume. El destino la convirtió en  una mujer desamparada como un ave errante, pero lo cierto es que no aguantaba lluvia, ni sol, ni soportaba las tardes visitadas por ventoleras.

Amparo, mostraba una extraña fantasía. Sobre el lado izquierdo sostenía un muñeco de trapo, envuelto en una cobija que abrigaba y arrullaba como si fuera su hijo, y hasta le tarareaba canciones de cuna.

Se refugiaba detrás del ante-portón de los caserones de zaguán de la gente acomodada, casas con doble portón. Frecuentaba en tres cuadras el zaguán de casas de familias donde encontraba protección. Los dueños de las casas viejas se fueron de viaje pero quedan los recuerdos, las jefas de familia que le daban hospedaje en el zaguán de sus casas: Los Álvarez Rodriguez, las Matos, la casa de la maestra Caridad Villasana, Las Tejadas, familia Carvallo,  las Matute, la familia Roldan, y muchas otras. Se lavaba la cara en la mañana y entonces ganaba de nuevo la calle Miranda.

En una mano sostenía una taza de peltre y un pedazo de totuma que usaba como cuchara,. alargaba la mano y lo entregaba a través de una ventanilla  del ante-portón en las casas  donde gozaba de aprecio y consideración, el cual le era devuelto por la dueña con una ración de comida. Muchas veces le regalaban vestidos de medio uso y zapatillas de tacones altos.

Hablaba despacito sola, con un gemir lastimero como si sus palabras le salieran del alma,  de cosas que le vinieran a su mente enfermiza. De algo grave que le había ocurrido a su vida, tal vez sobre el sueño de un amor pasajero como el de los marineros y de un beso que no se repitió.

Era muy común verla con un tocón de lápiz de grafito, o un trozo de tiza rayando las paredes, dibujando figuritas y colocando mensajes indescifrables, como trazando el hilo de su vida, inventando cosas que pareciera que le alegraban el corazón.  De repente, buscaba trazar el rostro de aquel tercio que destrozó su vida.

Amparo,  fue burla de algunas personas mayores y de muchachos realengos que, seguramente ignoraban su tragedia, sus fragilidades y sufrimientos.

Se contaba en la casa infantina de quien escribe, en conversaciones de personas mayores que, la pérdida parcial de su mente se debió a un desengaño, cuyo sufrimiento fue progresando cuando le fue arrancado de sus brazos su primer y único retoño producto de su inicio conyugal, cayendo en un mutismo y un desconsuelo interminable que le hicieron perder parcialmente la razón, suficiente para que le fuera agregado el cognomento de "loca". 

Así anduvo en un ir y venir, mañanas y tardes en las décadas 50, 60, 70 por dos céntricas calles de  Villa de Cura,  (calles Miranda y  Bolívar) arrastrando su tragedia, son muchos los años pernoctando en zaguanes, reposando y durmiendo sobre pisos, hasta que el tiempo la convirtió en anciana.

Su cuerpo de tanto andar se fue volviendo enflaquecido y pesaroso,  ya casi no veía ni oía, hasta que un día de cielo lluvioso  villacurano se fue quedando dormida en los brazos de la muerte. Su último respiro ocurrió en el albergue de ancianos del Hospital Santo Domingo de las Hermanas Catequistas de Lourdes.

Hubo rezos breves de las hermanitas de la caridad. Su cuerpo fue puesto en un cajón y conducido en el hombro de Lucio "Pateturca"  hasta el cementerio de la calle Comercio. El celador del camposanto plantó sobre la pila de aquella tierra generosa un ladrillo con un solo nombre: "AMPARO"… Ella se ganó el cielo. Que  descanse en paz.


Oscar Carrasquel, La Villa de San Luis, Tricentenaria


 

 


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